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UNA NOCHE
(Este poema me salió de lo más profundo de mi alma herida)
UNA NOCHE
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Una noche, aunque sea una noche,
decías cuando sentíamos
esa enorme necesidad de estar juntos.
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De hacer el amor de verdad
tocarnos, acariciarnos, sentirnos.
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Y yo decía ¿una noche?
Yo no me conformo con una noche…
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Ahora, que ya no estás aquí,
que ya murió contigo la esperanza
de amarnos en la realidad.
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Ahora pienso: “aunque sea una noche”
me hubiera encantado estar contigo,
una sola noche, del amor al abrigo.
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Una noche de amor, pasión locura,
para no llevarnos en la garganta
este nudo de amargura.
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Ni en el corazón ese anhelo no cumplido
de decirnos al oído
“Te amo de corazón”
“Te amo hasta después de la muerte”.
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Y no tener esta enorme desazón
de no habernos dado
este amor que sentimos tan fuerte.
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Porque antes de cumplirnos el deseo,
llegó la muerte,
y el destino,
¡Qué mala suerte!
*
Silvia
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Ciudad de México, 22 de marzo, 2018, © Silvia Eugenia Ruiz Bachiller.
7 pm.
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© Silvia Eugenia Ruiz Bachiller, Puedes copiar y publicar este artículo, siempre y cuando incluyas el enlace al artículo, no lo uses con fines comerciales, no lo modifiques, no quites el © ni este último párrafo que le sigue, enlaces incluidos.
Imágenes tomadas de internet y/o Pinterest.
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NUNCA PUDIMOS…
Les comparto otro de los poemas de Danshaggy para mí.
NUNCA PUDIMOS
En medio de la tempestad de la vida
nunca pude acariciar tu piel,
besar tu boca, tocar tu pelo.
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En el desierto de mi existencia,
no pudimos vernos a los ojos
pasear por la playa tomados de la mano,
recostarnos en el prado a contemplar las estrellas.
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En nuestra realidad,
nunca pude entregarme a ti, ni tú fuiste mía;
mi corazón solitario dejó de latir,
y nuestros latidos ya no hicieran resonancia
aunque el tuyo se acompasara con él.
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Pero mi alma te amó siempre,
mi espíritu voló en el Cosmos junto al tuyo,
mi esencia es tuya, la tuya es mía.
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Eternamente te amo.
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Daniel
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Intervidas, julio 10, 2017 Danshaggy, © Silvia Eugenia Ruiz Bachiller
¿QUÉ TANTO SABES DE PINTURA?
51 pinturas que debes conocer para decir que sabes de arte
¿Crees que conoces de arte porque te suenan nombres como Vincent van Gogh, Frida Kahlo, Da Vinci y Salvador Dalí? Sus pinturas los hicieron acreedores del reconocimiento mundial. Cuando las galerías anuncian exposiciones y la gente sabe que alguno de ellos encabezará los retablos con su obra, sin duda, asisten. Pero recuerda, ellos no son los únicos y algunos ni siquiera deberían ser tan famosos.
El arte es mucho más que pinturas, el arte es historia, contexto, negocio e ideología. A través de sus trazos, un pintor buscaba mucho más que perdurar en la mente de alguien, quería ser firme a lo que él pensaba y representarlo en una imagen que dijera todo. Al principio, la técnica fue lo fundamental. En el Quattrocento los pintores buscaban mostrarle a los demás su técnica, el dominio de la perspectiva y el color. Sus pinturas eran lo mejor para que una imagen perdurara por el resto de los días y cuanto más realista, más valor y prestigio construía un pintor.
La perfección era la meta, algunos con dominios de tonalidades, otros con un oscuro absoluto en el que sólo resaltaran zonas de luz y otros con espejos que dieran pistas de otras partes de la habitación, luchaban con fervor por ser los mejores.
Después llegaron aquellos que decidieron pintar al aire libre y a ellos se incorporaron quienes querían captar la luz en lugar de la realidad. Un cambio paradigmático ocurrió en el arte porque la fotografía hacía mejor el trabajo de retratar la realidad, la pintura debía hacer otra cosa. Colores brillantes, luces, amarillos vibrantes y rojos que dieran luz, hicieron que los estudiosos se dieran cuenta de que a veces, el color puede ser todo en una obra.
Nacieron los que se arriesgaron más, los que para muchos, destruyeron el arte. Sus pinturas ya no eran figurativas, pero sí querían decir algo; expresaban deseo, simbolizaban una mujer fatal, nos transmitían un mundo lleno de sentimientos, nos transportaban al pasado o a lugares que las grandes ciudades anhelaban, llenos de calma y naturaleza. Las pinturas se movían y salían del cuadro, intentaban adoptar una tercera dimensión o capturar el sonido: todo cambió y comenzaron a experimentar hasta alcanzar, como una vez dijo Marcel Duchamp, el fin de la pintura. Aquí algunos de los más importantes y no tan conocidos como los ídolos de aquellos que creen conocer el arte.
–El Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa (1434)
Jan Van Eyck
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La Flagelación de Jesús (1444)
Piero della Francesca
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La última cena (1495-1497)
Leonardo da Vinci
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El nacimiento de Venus (1485)
Sandro Botticelli
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El jardín de las delicias (1503-1515)
El Bosco
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Adán y Eva (1507)
Alberto Durero
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El juicio final (1535-1541)
Miguel Ángel Buonarroti
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Venus de Urbino (1538)
Tiziano
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Crucifixión (1565)
Tintoretto
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El entierro del conde de Orgaz (1588)
El Greco
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Santo Tomás (1602)
Michelangelo Merisi da Caravaggio
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Rapto de las hijas de Leucipo (1616)
Peter Paul Rubens
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La ronda de noche (1642)
Rembrandt van Rijn
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San José, Carpintero (1642)
George de La Tour
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La lechera (1657–1658)
Johannes Vermeer
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Las meninas (1734)
Diego Velázquez
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La muerte de Marat (1793)
Jacques-Louis David
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La balsa de la Medusa (1819)
Théodore Géricault
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El aquelarre (1820- 1823)
Francisco Goya
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La Libertad guiando al Pueblo (1830)
Eugéne Delacroix
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El último día de Pompeya (1830–1833)
Karl Pavlovich Briullov
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Tormenta de nieve (1842)
Joseph Mallord William Turner
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El Ángelus (1859)
Jean-François Millet
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El origen del mundo (1866)
Gustave Courbet
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Iván el Terrible y su hijo ( 1885)
Ilya Repin
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El baño turco (1863)
Jean-Auguste-Dominique Ingres
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Almuerzo sobre la hierba (1863)
Édouard Manet
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Impresión Sol Naciente (1872)
Claude Monet
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En el café. La absenta (1876)
Edgar Degas
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Baile en el Moulin de la Galette (1876)
Pierre-Auguste Renoir
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Mujer con flores silvestres (1895-1898)
Odilon Redon
El Cristo amarillo (1889)
Paul Gauguin

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Esqueletos peleando sobre un hombre ahorcado (1891)
James Ensor
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Madonna (1895)
Edvard Munch
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El parque (1910)
Gustav Klimt
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La lucha por la mujer (1905)
Franz von Stuck
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Mar de Otoño VII (1910)
Emil Nolde
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Composición VIII (1911)
Wassily Kandinsky
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Desnudo bajando una escalera nº2 (1912)
Marcel Duchamp
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La novia del viento (1914)
Oskar Kokoschka
–
Kazimir Malévich

–El abrazo (1917)
Egon Schiele
–
Jack en el púlpito Nº IV (1930)
Georgia O’keeffe
–
Modelo rojo (1937)
René Magritte
–
El nacimiento del fascismo (1945)
David Alfaro Siqueiros
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El mundo de Cristina (1948)
Andrew Wyeth
–
Ritmo de Otoño: Número 30 (1950)
Jackson Pollock
–
Estudio del Retrato del Papa Inocencio X de Velázquez (1953)
Francis Bacon
–
Retroactive I (1964)
Robert Rauschenberg
–
Un gran clavado (1967)
David Hockney
– See more at: http://culturacolectiva.com/51-pinturas-que-debes-conocer-para-decir-que-sabes-de-arte/#sthash.fNNXvkTK.dpuf
Fuente:
http://culturacolectiva.com/51-pinturas-que-debes-conocer-para-decir-que-sabes-de-arte/
EL RETORNO DE LOS BRUJOS, RESUMEN
EL RETORNO DE LOS BRUJOS RESUMEN

Un excelente resumen de “El Retorno de los Brujos”, por esta vez republico de otro autor (con la debida atribución), en un futuro no muy lejano espero hacer uno propio, ya que este libro marcó mi vida, creo que mucho de los que pienso ahora lo tomé de este libro, que leí en su 3ª edición en español (aunque varios temas ya los había leído anteriormente).
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“Una introducción al realismo fantástico“, así reza el subtítulo de El retorno de los brujos, que, en un principio, fue pensado como punta de lanza para una revolución cultural. En apenas una década vendió más de 2 millones de copias, y luego se diluyó en el olvido. En 1953, Louis Pauwels pensó en escribir un ensayo sobre sociedades secretas y misticismo. Jacques Bergier lo convenció, sin mucho trabajo, de expandir la obra por otros canales. Luego de varios años de estudio y recopilación de datos, El retorno de los brujos incluyó diversos temas. Demoliendo el reduccionismo del siglo XIX, El retorno de los brujos explica la alquimia como muestra de un saber técnico, alternativo, que no es opuesto a la ciencia. incluye interesantes apariciones de Gustav Meyrink, autor de El Golem (Der Golem), y de Jorge Luis Borges. El Golem (Der Golem) es una novela del austríaco Gustav Meyrink, publicada en 1915. Está basada en la leyenda judía del Golem, un ser creado artificialmente por un cabalista. El Golem recoge una antigua leyenda relacionada con el gran rabí Loew de Praga (1512-1609) y con imágenes vigorosas evoca los misterios del gueto de Praga. El Golem es una figura de arcilla animada por obra de la cábala, para defender a los judíos, pero que se escapa fácilmente del control y provoca catástrofes. Lo que podría ser sólo una extravagancia gratuita, sin más interés que el de un relato bien contado, adquiere significado simbólico: el Golem personifica a los autómatas humanos, que crean la sociedad moderna. Lo mismo que el Golem, el hombre moderno realiza la parte a él asignada contra su propia voluntad y con un rigor atroz. A este pesimismo fundamental, la novela añade un continuo misterio, una atmósfera de errores trágicos en los que juegan enigmáticos cabalistas, una metafísica expedita pero dramática: “la boca de cada hombre se convierte en la boca de Dios si creéis que sea la boca de Dios“. Esta habilidad para crear una visión turbulenta y grandiosa tiene su mejor realización en El Golem. Meyrink se inspiró en las descripciones de la gran ciudad de Charles Dickens, a quien había traducido, para recrear la atmósfera urbana de Praga. Ha sido objeto de múltiples estudios que exceden la literatura, tales como la filosofía, religión, ocultismo, alquimia, magia y cábala. El mismo año de su publicación fue adaptada al cine por el expresionista Paul Wegener. Desde su publicación, no ha habido una generación de lectores que no se haya visto cautivada por esta enigmática obra. Entre 1915 y 1920 se vendieron más de 150.000 ejemplares, encabezando Meyrink la lista de autores más vendidos entre 1915 y 1940, contribuyendo al éxito de la novela la edición de bolsillo destinada a los soldados del frente. Como la mayoría de las novelas de Meyrink, la obra está vinculada a la tradición de Hoffmann y de los cuentos fantásticos, complaciendo el gusto alemán por las “historias raras“.
Inspirados en El libro de los condenados (The book of the damned), de Charles Fort, El retorno de los brujos analiza la posibilidad de que otras civilizaciones hayan florecido y caído sobre la Tierra, exponiendo datos e indicios que el tiempo transformó en mitos. Incluye un largo debate sobre las pirámides egipcias, la Isla de Pascua, las líneas de Nazca, los mapas de Piri Reis, o textos hindúes, entre otros. Hay notas sobre las civilizaciones demenciales vislumbradas por el escritor H.P. Lovecraft, y el mundo de la Tierra Media imaginado por J.R.R. Tolkien. Incluye una crítica ácida sobre la Alemania nazi como transformación de la base cultural y moral que permite explicar lo inexplicable. Se analizan los vínculos entre la elite nacionalsocialista y diversos cultos esotéricos, así como la creencia en mitologías y cosmogonías abominables que, en determinado punto, se transforman en la ciencia oficial. Valiéndose de El pueblo blanco (The white people) de Arthur Machen, miembro del Alba Dorada (Golden Dawn), donde se diferencia el mal absoluto de las pequeñas maldades castigadas por la ley, ilustran su posición. Los experimentos telepáticos organizados por la marina norteamericana en 1958 dan comienzo a un capítulo sobre parapsicología. Más allá de las curiosidades del libro, El retorno de los brujos plantea un cambio de paradigma, señalando que la realidad es mucho más compleja y sutil de lo que suponemos, y que nuestra percepción de los hechos está afectada por el reduccionismo racionalista, dejando poco margen a la imaginación. Lo fantástico es lo que subyace tras el mecanismo del sentido común, hijo del saber oficial. El “realismo fantástico” pretendía ser una especie de superrealismo, una integración de la poesía y de la ciencia, capaz de penetrar en las sombras de todos los misterios. Antes, en 1961, el éxito de El retorno de los brujos había llevado a Bergier y a sus colaboradores a editar una revista mensual sobre los mismos temas, llamada Planète, de cuyo primer número se publicaron 5000 ejemplares y tuvo cinco reediciones. En el momento de mayor venta, cada número sobrepasaba las 100 000 copias. No obstante el éxito inicial, la revista dejó de publicarse en 1968. Bergier fue un personaje público y notorio en su momento, que incluso llegó a ser caricaturizado por Hergé en el álbum de Tintín “Vuelo 714 para Sydney”, encarnando a Ezdanitoff, el estrambótico director de la revista Comète, supuestamente contactado por extraterrestres. En 1953, un amigo común puso en contacto a Jacques Bergier con Louis Pauwels, periodista y escritor humanista de tendencias místicas. Aunque aparentemente no tenían mucho en común, pronto surgió la amistad, y de ahí el proyecto de un libro en colaboración. Tal como ya he indicado, inicialmente la idea de Pauwels era escribir sobre la historia y la realidad de las sociedades secretas, pero Bergier lo convenció para ampliar los contenidos. Trabajaron juntos durante varios años. El material de trabajo era proporcionado por Bergier y la redacción final correspondía a Pauwels. El resultado final fue El retorno de los brujos, subtitulado Una introducción al realismo fantástico, que fue publicado por Gallimard en 1960.
(El resumen es tan interesante y amplio, que voy a compartir por temas, ya que el mismo libro cubre varios, empiezo por la
ALQUIMIA)
“Enlazando con una crítica al positivismo y reduccionismo científico, heredados del siglo XIX, los autores exponen el procedimiento alquímico como muestra de un saber técnico alternativo pero no forzosamente opuesto a la ciencia moderna. En la historia de la ciencia, la alquimia es una antigua práctica protocientífica y una disciplina filosófica que combina elementos de la química, la metalurgia, la física, la medicina, la astrología, la semiótica, el misticismo, el espiritualismo y el arte. La alquimia fue practicada en Mesopotamia, el Antiguo Egipto, Persia, la India, China, la Antigua Grecia, el Imperio romano, el Imperio islámico y, después, en Europa hasta el siglo XIX, en una compleja red de escuelas y sistemas filosóficos que abarca, al menos, 2500 años. La alquimia occidental ha estado siempre estrechamente relacionada con el hermetismo, un sistema filosófico y espiritual que tiene sus raíces en Hermes Trimegisto, una deidad sincrética greco-egipcia y un legendario alquimista. Estas dos disciplinas influyeron en el nacimiento del rosacrucismo, un importante movimiento esotérico del siglo XVII. En el transcurso de los comienzos de la época moderna, la alquimia dominante evolucionó hacia la actual química. Actualmente es de interés para los historiadores de la ciencia y la filosofía, así como por sus aspectos místicos, esotéricos y artísticos. La alquimia fue una de las principales precursoras de las ciencias modernas, y muchas de las sustancias, herramientas y procesos de la antigua alquimia han servido como pilares fundamentales de las modernas industrias químicas y metalúrgicas. Aunque la alquimia adopta muchas formas, en la cultura popular es citada con mayor frecuencia como el proceso usado para transformar plomo (u otros elementos) en oro. Otra forma que adopta la alquimia es la de la búsqueda de la piedra filosofal, con la que se era capaz de lograr la habilidad para transmutar metales en oro o para alcanzar la vida eterna. En el plano espiritual, los alquimistas debían transmutar su propia alma antes de transmutar los metales. Esto quiere decir que debían purificarse, y prepararse mediante la oración y el ayuno. La percepción popular y de los últimos siglos sobre los alquimistas es que eran charlatanes que intentaban convertir plomo en oro, y que empleaban la mayor parte de su tiempo elaborando remedios milagrosos, venenos y pociones mágicas.
Fundaban su ciencia en que el universo estaba compuesto de cuatro elementos a los que llamaban por el nombre vulgar de las sustancias que los representan, a saber: tierra, aire, fuego y agua, y con ellos preparaban un quinto elemento que contenía la potencia de los cuatro en su máxima exaltación y equilibrio. La mayoría eran investigadores cultos e inteligentes, e incluso distinguidos científicos, como Isaac Newton y Robert Boyle. Estos innovadores intentaron explorar e investigar la naturaleza misma. La base es un conocimiento del régimen del fuego y de las sustancias elementales del que, tras profundas meditaciones, se pasa a la práctica, comenzando por construir un horno alquímico. A menudo las carencias debían suplirse con la experimentación, las tradiciones y muchas especulaciones para profundizar en su arte. Para los alquimistas toda sustancia se componía de tres partes: mercurio, azufre y sal, siendo estos los nombres vulgares que comúnmente se usaban para designar al espíritu, alma y cuerpo, partes que eran llamadas principios. Mediante la manipulación de las sustancias y a través de diferentes operaciones, separaban cada una de las tres partes, que luego debían ser purificadas individualmente, cada una de acuerdo al régimen de fuego que le es propicia, la sal con fuego de fusión y el mercurio y el azufre con destilaciones recurrentes y suaves. Tras ser purificadas las tres partes en una labor que solía conllevar mucho tiempo, y durante el cual debían vigilarse los aspectos planetarios, las tres partes debían unirse para formar otra vez la sustancia inicial. Una vez hecho todo esto, la sustancia adquiría ciertos poderes. A lo largo de la historia de esta disciplina, los aprendices de alquimista se esforzaron en entender la naturaleza de estos principios y encontraron algún orden y sentido en los resultados de sus experimentos alquímicos, si bien, a menudo, eran socavados por reactivos impuros o mal caracterizados, falta de medidas cuantitativas y nomenclatura hermética. Esto motivaba que, tras años de intensos esfuerzos, muchos acabaran arruinados y maldiciendo la alquimia. Los aprendices, por lo general, debían empezar por trabajar en el reino vegetal hasta dominar el régimen del fuego, las diversas operaciones y el régimen del tiempo. Para diferenciar las sustancias vulgares de aquellas fabricadas mediante su arte, los alquimistas las designaban de acuerdo a alguna de sus propiedades.
La «iluminación» sólo se alcanzaba tras arduos años de riguroso estudio y experimentación. Una vez que el aprendiz lograba controlar el fuego, el tiempo de los procesos y los procesos mismos, estaba listo para acceder a los arcanos mayores. Sostenían que la potencia de los remedios era proporcional a cada naturaleza. Los trabajos de los alquimistas se basaban en la naturaleza, por lo que a cada reino le correspondía una meta: al reino mineral la transmutación de metales vulgares en oro o plata, al reino animal la creación de una «panacea», un remedio que supuestamente curaría todas las enfermedades y prolongaría la vida indefinidamente. Todas ellas eran el resultado de las mismas operaciones. Lo que cambiaba era la materia prima, la duración de los procesos y la vigilancia y fuerza del fuego. Una meta intermedia era crear lo que se conocía como menstruo, que era una multiplicación de sí mismo por inmersión de otras substancias semejantes en fusión/disolución. De modo que se conseguía tanto la generación como la regeneración de las substancias elementales. Estos no son los únicos usos de esta ciencia, aunque sí son los más conocidos y mejor documentados. Desde la Edad Media, los alquimistas europeos invirtieron mucho esfuerzo y dinero en la búsqueda de la piedra filosofal. Los alquimistas sostenían que la piedra filosofal amplificaba místicamente el conocimiento de la alquimia por parte de quien la usaba. Muchos aprendices y falsos alquimistas, tenidos por auténticos alquimistas, gozaron de prestigio y apoyo durante siglos, aunque no por su búsqueda de estas metas ni por la especulación mística y filosófica que se desprendía de su literatura, sino por sus contribuciones mundanas a las industrias artesanales de la época, tales como la obtención de pólvora, el análisis y refinamiento de minerales, la metalurgia, la producción de tinta, tintes, pinturas y cosméticos, el curtido del cuero, la fabricación de cerámica y cristal, la preparación de extractos y licores, etc. La preparación del aqua vitae, el «agua de vida», era un experimento bastante popular entre los alquimistas europeos.
Los alquimistas nunca tuvieron voluntad de separar los aspectos físicos de las interpretaciones metafísicas de su arte. La falta de vocabulario común para procesos y conceptos químicos, así como también la necesidad de secretismo, llevaba a los alquimistas a tomar prestados términos y símbolos de la mitología bíblica y pagana, la astrología, la cábala y otros campos místicos y esotéricos, de forma que incluso la receta química más simple terminaba pareciendo un obtuso conjuro mágico. Más aún, los alquimistas buscaron en esos campos los marcos de referencia teóricos en los que poder encajar su creciente colección de hechos experimentales inconexos. A partir de la Edad Media, algunos alquimistas empezaron a ver cada vez más estos aspectos metafísicos como los auténticos cimientos de la alquimia y a las sustancias químicas, estados físicos y procesos materiales como meras metáforas de entidades, estados y transformaciones espirituales. De esta forma, tanto la transmutación de metales corrientes en oro como la panacea universal simbolizaban la evolución desde un estado imperfecto y efímero hacia un estado perfecto y eterno. Y la piedra filosofal representaba alguna clave mística que haría posible esta evolución. Aplicadas al propio alquimista, esta meta simbolizaba su evolución desde la ignorancia hasta la iluminación, y la piedra filosofal representaba alguna verdad o poder espiritual oculto que llevaría hasta esa meta. En los textos escritos, los crípticos símbolos alquímicos, diagramas e imaginería textual de las obras alquímicas tardías contienen típicamente múltiples capas de significados, alegorías y referencias a otras obras igualmente crípticas; y deben ser laboriosamente «descodificadas» para poder descubrir su auténtico significado».





Bibliografía
Jacques, Pawels Louis y Bergier. El Retorno de los Brujos. Tercera. Barcelona: Plaza & Janes, S. A. Editores, Barcelona, 1963.