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LA HERENCIA DE  LA DIOSA AMATERASU

LA HERENCIA DE  LA DIOSA AMATERASU

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STUART, Y SUS ANTEPASADOS.

Stuart era un niño muy especial, cuyos antepasados, tanto por el lado materno, como por el paterno habían sido excepcionales y él mismo no era un niño común y corriente, siempre iniciaba aventuras, según él resolviendo misterios, que acababan en problemas y castigos.

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Amel, abuela del padre de Stuart, nacida en la India siglos atrás, era descendiente de una princesa hindú, Mirana, que como muchas princesas, tuvo que casarse con un mandatario extranjero, musulmán, en aras de la política internacional de su pueblo. Tuvo una suerte infausta, pues murió a manos de su propio marido, que la acusó de infidelidad.

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Por su parte, Amel, se casó en 1792 con un coronel inglés, John Thompson Sr., comisionado en la India; un mes después de quedar embarazada, el coronel fue llamado de nuevo a Inglaterra y su hijo, John Thompson Jr., nació en Londres, en 1793; con el tiempo llegó a general y después fue embajador en Japón.

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Se casó 1830 con Aiko, una japonesa emparentada con el emperador Ayahito (y, por lo tanto, con extraterrestres o dioses, como se les quiera llamar); en 1832 nació su único hijo (Stuart Thompson), hijo de japonesa, con nacionalidad y apellido inglés y muy dado a meterse en líos.

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HERENCIA EXTRATERRESTRE.

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En 1842. A los 10 años, siendo hijo del embajador inglés en Japón, Stuart tenía acceso al palacio del emperador Ayahito y a algunos lugares sagrados, porque era miembro de la familia divina.

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Durante una festividad nacional de varios días y durante la cual Stuart y sus padres pernoctaron en el palacio del emperador, sus primos japoneses le contaron de los objetos sagrados legados por la Diosa Amaterasu (extraterrestre) al primer emperador japonés Jimmu y su descendencia.

nterpretación de un artista de los Tesoros Imperiales de Japón.

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Se trataba de un collar, un espejo y una espada mágica; Stuart sintió curiosidad y cuando todos estaban dormidos, se dirigió hacia el recinto sagrado con la intención de entrar y ver la espada, aunque sabía que estaba cerrado y custodiado, pero “ya veré cómo”, pensó.

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Al llegar frente al sitio sagrado se escondió tras unos cortinajes, porque vio la puerta entreabierta. Se acercó a espiar y vio al sacerdote encargado de la limpieza de la cámara divina haciendo sus labores.

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Se escurrió adentro silenciosamente y volvió a esconderse tras otros cortinajes más gruesos y ricamente bordados con hilos de oro. Observó cómo el sacerdote hacía la limpieza hincado, pues nunca se puso de pie y al terminar hizo tres reverencias hacia un lugar que parecía ser el Sancta Sanctorum.

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Éste, estaba cubierto también por cortinas, pero éstas eran doradas y tan translúcidas que permitían ver lo que se encontraba atrás de ellas, pues de la pared posterior en semicírculo pendían varios candelabros con cirios encendidos, que iluminaban algo que a Stuart le pareció un crucifijo, pues tenía forma de cruz y en la parte de arriba se vislumbraba algo como una cabeza.

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Él no era católico, pero sí cristiano y conocía los crucifijos, por lo que se extrañó sobremanera de que los japoneses adoraran la cruz cristiana. Embebido en sus reflexiones no se percató de que el sacerdote había salido de la habitación y sólo se dio cuenta cuando oyó cerrarse la pesada puerta; tardó unos segundos en aterrarse al advertir que se había quedado encerrado por lo menos hasta el día siguiente en que alguien viniera a hacer la limpieza diaria.

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Sabía que lo iban a buscar por la mañana, cuando vieran que no había dormido en su cama, pero no sabía si quería que lo encontraran, pues había cometido un sacrilegio.

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Trató de tranquilizarse y concluyó que si estaba profanando el lugar sagrado, era porque quería ver la herencia de la Diosa Amaterasu y si lo iban a castigar, lo menos que debía hacer era revisar esos objetos que los japoneses (entre ellos, su madre) consideraban divinos.

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De puntillas (aunque no hubiera nadie que pudiera oírlo) se dirigió a la zona del altar, se detuvo unos segundos y abrió las cortinas de un tirón. De pronto se le cortó la respiración por unos segundos, pero asumió que era por el fuerte aroma a incienso y de inmediato la recuperó.

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Se acercó a lo que de lejos creyó que era un crucifijo, pero vio que no lo era. Se trataba, efectivamente, de unas tablas de madera fina, oscura, unidas en forma de cruz, que sostenían en el segmento horizontal una hermosísima y gruesa espada cuyo mango estaba cubierto de piedras preciosas que lanzaban rayos luminosos y la hoja unida a él refulgía a la luz de los cirios.

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Atrás de la espada vio un espejo que reflejaba toda la estancia de una manera muy nítida y la parte posterior de la cruz donde estaba la espada.

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Luego observó lo que supuso era la cabeza, pero que en realidad correspondía a un objeto en forma de panal de abejas, envuelto en hojas de oro, que brillaba en la penumbra.

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Se acercó lentamente y estiró el brazo para tomar la espada, pero lo pensó mejor y prefirió primero averiguar qué había dentro del “panal”, se subió a un pequeño escalón que había bajo el altar y parándose en puntas de pie alcanzó el objeto, pero resultó que estaba fijo a la parte vertical de la cruz y le costó un gran esfuerzo zafarlo. Cuando lo logró, casi perdió el equilibrio debido al peso del artefacto, que al desprenderse, activó una alarma que sonó en el puesto militar del palacio, pero no en el santuario.

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Stuart recuperó el equilibrio sin soltar el “panal” y bajó cuidadosamente el escalón, en donde se sentó, para desenvolver el precioso y pesado objeto.

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Cuando estaba tratando de encontrar la orilla de la hoja de oro que lo envolvía, escuchó un escándalo, al tiempo que se abrió la puerta. Stuart se quedó paralizado del susto al ver venir al sacerdote de la limpieza, justo detrás del Gran Sacerdote y nada menos que del mismísimo Emperador, su bisabuelo, seguido de un destacamento de soldados armados hasta los dientes. En esos momentos de emergencia, sólo el encargado de la limpieza entró de rodillas, los demás profanaron el recinto con sus botas y El emperador no tenía que hincarse.

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Después de eso, todo fue confusión y lo siguiente que supo fue que lo llevaron a una celda en los sótanos del palacio, y que tenía hambre y frío. Después de un larguísimo tiempo, que supuso de varias horas, escuchó voces y reconoció la de su madre. Momentos después, en la penumbra del corredor, la vio entrar bañada en lágrimas, seguida de un carcelero con antifaz.

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De pronto pensó que lo iban a ejecutar y que ese hombre era el verdugo, pero después recordó con alivio que todos los carceleros de la prisión del palacio usaban antifaz.

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Llegó su madre y él fue a su encuentro, se abrazaron a través de las rejas y el carcelero abrió la puerta para que el chico pudiera salir. Su madre lo envolvió en sus brazos y así caminaron hasta la salida. Afuera, en una especie de oficina burocrática, lo esperaba su padre, serio y taciturno, como buen inglés; su única muestra de afecto fue despeinarlo, como siempre lo hacía cuando se emocionaba.

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De regreso a la residencia diplomática nadie pronunció palabra. Ya en casa, su madre lo llevó a la cama, lo besó como de costumbre, le dijo que le enviaría la cena y le deseó dulces sueños. Ni un regaño, ni nada. Stuart no lo podía creer, sabiendo que lo que hizo era un sacrilegio. Todo el tiempo que estuvo en la cárcel pensó que lo iban a regañar y castigar muy fuerte, pero… nada.

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Puesto que se había salvado, se puso a cavilar en dos cosas principalmente: una, ¿cómo se enteraron? No se explicaba qué lo había delatado (si lo supiera, le serviría de lección para el futuro) y dos, ¿qué carambas había dentro del panal?

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Él había escuchado y leído la historia de la diosa Amaterasu y los emperadores y recordó lo que en ella se dice.

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Se levantó de un salto y fue a su librero, buscó y pronto encontró el libro que buscaba, ahí estaba la historia/leyenda de la diosa. Leyó:

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“LEYENDA DE LA DIOSA AMATERASU

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Amaterasu nació de una lágrima de su padre Izanagi cuando se purificaba tras su intento fallido de rescatar a su esposa Izanami.

Amaterasu es la diosa del Sol en el sintoísmo y antepasada de la Familia Imperial de Japón según los preceptos de dicha religión.

También conocida como Ōhiru-menomuchi-no-kami,  su nombre significa “Diosa Gloriosa que brilla en el Cielo”.

Su padre le otorgó un collar de joyas y la puso a cargo de Takamagahara («Llanura celestial alta»), su hermano Susanoo, molesto por la repartición de la tierra entre ellos, irrumpió al templo de ella arrojando el cadáver de un caballo celestial, e inundó sus sembradíos de arroz; ofendida y triste por el acto, Amaterasu se ocultó en una cueva, por lo que la tierra se sumió en la oscuridad.

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Después de varios intentos, sin éxito por parte de los demás dioses para que saliera, ella escuchó la risa de los dioses y asomándose para ver el por qué de la risa, preguntó a un dios que se encontraba cerca de la entrada de la cueva y éste le dijo que era porque habían encontrado a otra diosa que gobernara el sol, ella preguntó quién era y el dios le señalo detrás de ella, al voltear, Amaterasu vio su reflejo brillante y hermoso en el espejo y decidió volver a ser la diosa del sol, entonces su hermano le regalo su espada, Kusanagi, en muestra de disculpas, volviéndose estos tres objetos: el collar, el espejo y la espada, los tesoros de la corona del Yamato. 

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Según la leyenda, varias generaciones más tarde, uno de los descendientes de Amaterasu, Jinmu, recibió esos tres regalos de parte de su abuela, la diosa Amaterasu y se convirtió en el primer emperador de Japón, dejando a la Familia Imperial como descendiente directa de la diosa suprema del sintoísmo”.

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Relacionado:

http://enigmasymitos.blogspot.com/2010/07/el-templo-de-ise-santuario-japones.html 

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Terminó de leer la leyenda y se quedó dormido.

A la mañana siguiente Stuart se enteró del costo de su aventura: Su madre, bañada en lágrimas, empacó sus cosas y ese mismo día tuvo que partir hacia Inglaterra a un internado militarizado.

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¡Y lo peor es que no logró ver lo que guardaba el “panal dorado”!

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Ciudad de México, 20 de julio, 2018, 5 pm. © Silvia Eugenia Ruiz Bachiller. Todos los derechos reservados.

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EL ÁGUILA REAL Y LA HORMIGUITA (CUENTO, FÁBULA, ALEGORÍA)

EL ÁGUILA REAL Y LA HORMIGUITA

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Hace no mucho tiempo, érase que se era, allá en un lejano valle rodeado de montañas una comunidad de toda clase de aves y lindos animales.

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Las hermosas aves volaban en su propio espacio y según sus alas más o menos alto; había gorriones, codornices, faisanes, búhos, halcones y toda clase de aves de la región y de afuera, porque a veces llegaba un cóndor visitante y hasta algún quetzal.

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Para las águilas reales la zona era ideal, pero sólo había una, se llamaba Së y era muy querida por sus coterráneos, en el valle tenía muchos amigos entre aves y animales; era solitaria, porque no había otra águila real por esos rumbos.  Ella tenía su nido allá en la montaña, muy arriba.

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Së disfrutaba de volar muy alto y su sueño era alcanzar las nubes, pero no llegaba a tales altitudes.

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También hacía lo contrario, a veces se posaba en el suelo y si no tenía hambre, hacía amistad con toda clase de animalitos e insectos, su zona de caza era muy lejos.

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En una ocasión que estaba posada en tierra cerca de un hormiguero, una de las hormigas obreras se subió en una de sus patas, aferrándose a una pluma, a Së le hizo gracia y la saludó.

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-Hola hormiguita ¿qué haces en mi pata?

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-Quiero que me lleves a volar contigo, yo no tengo alas como algunas privilegiadas de mi colonia, yo sólo hago lo que las demás.

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Së le sonrió y se dispuso a darle gusto.

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-Te voy a llevar a volar, pero sólo muy bajo, porque te podrías marear o hasta morir si te llevo muy alto.

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-¡No! – Exigió Elf – yo quiero volar alto.

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-Eso no se va a poder, si no quieres, pues no te llevo.

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Con cara de enojo y haciendo gestos Elf aceptó.

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-Está bien – y se aferró a la pluma de la pata de Së.

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Para Elf fue una experiencia maravillosa y le pidió a Së que lo hicieran con frecuencia, el águila, complaciente aceptó y así lo hacían.

-0-

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Mientras, en uno de sus vuelos solitarios más altos, Së conoció a otra águila real, llamada Ga, era un macho imponente que también gozaba volando lo más alto que podía; se saludaron y empezaron su vuelo en conjunto.

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Todos los días se encontraban en las alturas y volaban juntos disfrutando de los bellos paisajes, pero más de la compañía.

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Como era de esperarse se enamoraron y fueron una pareja muy feliz.

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Së seguía llevando a Elf en algunos vuelos, igual que antes, a ras del suelo.

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Y volaba todos los días cada vez más alto con Ga, disfrutando de los paisajes más hermosos desde las alturas y gozando de un hermoso romance.

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Todo iba bien, hasta que un fatídico día Ga fue víctima del peor predador de todos, el hombre, y fue asesinado, tan sólo por el gusto de matar que tienen algunos humanos.

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Para Së la vida cambió radicalmente, ya no tenía ganas de volar, se acurrucaba en su nido y se ponía a llorar.

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Pero tres días después, Së vio a Ga, luminoso y transparente volando frente a su nido, era su espíritu que había regresado para acompañarla.

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Desde entonces Së retomó sus vuelos y con el espíritu de Ga a veces llegaba hasta las nubes y más allá, así era feliz y cuando descendía, sus hermosas experiencias a sus amig@s les compartía.

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Algunos no le creyeron, dieron media vuelta y ya no la oían, otros se interesaron más y sus narraciones no se perdían.

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Së les platicaba de los maravillosos vuelos que con el espíritu de Ga efectuaba y de cómo se amaban; todos con arrobo la escuchaban.

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Elf seguía queriendo volar con Së y por eso ella hacía como que la oía, pero en realidad no lo hacía. Un día, en su hormiguero tuvo problemas y llena de ira salió a gritar su rabia; se encontró con Së, que había ido a visitarla para en uno de sus vuelos llevarla.

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Pero Elf estaba tan enojada que en lugar de montarse en la pata de Së, fue a picarla y con su ponzoña inocularla. Së no salía de su asombro ¿Elf atacándola?

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Era la época en que las hormigas con alas salían en su vuelo nupcial, a Elf le había dado un ataque de envidia; por ser obrera no tenía alas, sólo las reinas las tenían y podían salir a volar y encontrar pareja para ser felices en su nuevo nido. Elf tenía celos y envidia porque ella no podía, entonces vio a Së, que podía volar a grandes alturas y con ella se desquitó porque era a quien más cerca tenía.

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Al sentirse atacada, Së levantó el vuelo sin contraatacar a Elf, ya que de un pisotón podría eliminarla, pero en vez de eso, extendió sus alas y emprendió el vuelo.

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El lugar de Së era el aire, el espacio, las alturas, no el polvoriento suelo donde la hormiga vivía; tratando de olvidar el dolor, más que por el piquete, por el cambio de su amiga, durante su vuelo Së pensaba:

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“La culpa es mía, a una hormiga le di a probar el vuelo al ras de la tierra. Ella tiene envidia porque no entiende, porque ve las cosas desde el suelo, no alcanza a verlas durante un alto ascenso.

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Jamás entenderá lo que es el cielo, poder con tu pareja alcanzarlo en tu vuelo. Lástima que reaccione tan mal por su malogrado anhelo y al no entender agreda lo que ignora y por lo tanto, reprueba”.

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Së continuó volando junto al espíritu de Ga viviendo hermosas aventuras en lo alto del cielo y a veces más allá.

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Elf, amargada, siguió en el suelo…

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Silvia Eugenia Ruiz Bachiller

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Ciudad de México, 20 de julio, 2018, 3 pm. © Silvia Eugenia Ruiz Bachiller. Todos los derechos reservados.

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EXPEDICIÓN A LA ZONA MAYA

© Condiciones al final.

Este es un fragmento de una novela aún inconclusa, que algún día terminaré y publicaré, pero les ofrezco un adelanto. Puede considerarse como cuento.

Mayas, primer trabajo de campo de Eugenia

Caminaban dificultosamente siguiendo el curso del  río Monos, los machetes volaban a derecha e izquierda abriendo una estrecha brecha en el corazón de la selva.  De vez en cuando, Mario Alonso Ruiz, el arqueólogo jefe de la expedición, dirigía la mirada hacia la cúpula  de altos árboles, cuyo tupido follaje apenas dejaba filtrar la luz, que a esa hora de la mañana se escurría entre el follaje como jade y oro líquidos.  Parvadas de loros multicolores y algunos vistosos tucanes volaban reclamando a gritos esa invasión de su hogar.

El guía se detuvo, había escuchado el crujir de una rama unos pasos adelante de él.; los demás lo imitaron y, levantando la vista,  escudriñaron la frondosa espesura de la selva  quedándose petrificados de miedo: un poderoso felino de hermosa piel manchada  los acechaba desde la frondosidad a unos dos metros sobre sus cabezas.

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Mario recordó que su padre y sus compañeros de cacería consideraban la piel de un jaguar como uno de los más preciados tesoros y al contemplar el diseño de sus manchas, supo por qué; verdaderamente era un bellísimo ejemplar, pero tenerlo tan cerca y sin rejas de por medio era también sumamente peligroso. 

Observó los ambarinos ojos fijos en él y una carga de adrenalina corrió por sus venas; su primer impulso fue hincarse, apuntar al bello ejemplar con su rifle de alto poder y disparar, pero su mente lo detuvo; no venían a depredar especies en peligro.

-¡No disparen! -ordenó en un susurro- y no se muevan.

El  taimado y hermoso animal los observó sin mover un músculo. Al otear las armas arrugó la nariz y por unos segundos mostró sus afilados dientes, pero al no percibir señales de peligro, se lamió los bigotes y calmada y cadenciosamente se dio la vuelta en la rama y desapareció entre las hojas de su observatorio.

Tras respirar profundamente para alejar el miedo, los once hombres y Eugenia continuaron avanzando dificultosamente a través de árboles, arbustos, lianas y maleza de la selva tropical.  A veces, a lo lejos escuchaban los estentóreos chillidos de los monos aulladores, pero no pudieron ver ninguno, ya que éstos rara vez se dejan ver por los humanos que hoyan su selva, escondiéndose en lo más umbroso de los árboles más altos; a los que sí pudieron ver, fueron a los simpáticos monos araña, e incluso hasta compartieron un poco de comida con los más arriesgados, que se acercaron a ellos cuando se detuvieron a comer.

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José, uno de los  dos guías mayas, le ofreció un pedazo de fruta al monito más audaz y éste se acercó poco a poco moviendo en lo alto su larga cola prensil; unos minutos después, se vieron rodeados de ágiles y traviesos changos que alargaban sus manitas pidiendo comida.  A todos les hizo gracia, menos a Carlos, el geólogo de la expedición, que amaba las piedras, pero odiaba a los animales.  Por su parte, Eugenia,  futura arqueóloga, y  Luis, como buen biólogo, estaban fascinados con los changuitos y él les dio a sus compañeros una disertación sobre los monos araña.  Mario casi no le prestaba atención, porque su mente estaba muy lejos en el tiempo y el espacio, recordando dónde había comenzado esta expedición a la zona maya.

***

Tenía 9 años y estaba de vacaciones, cuando Alfonso, un amigo de su padre había llegado de visita a su casa en la Ciudad de México y lo había invitado a acompañarlo en varios viajes cortos a sitios arqueológicos cercanos a la capital.  Mario nunca los consideró como viajes de trabajo, sino como aventuras emocionantes, porque Alfonso, como buen arqueólogo, no lo llevaba a las zonas turísticas, sino que se dirigía directamente a los encargados de las instalaciones, museos o excavaciones, en su caso, y tenía entrada franca a lugares que los demás no podían visitar.

Además, y para Mario esto fue lo más importante, le permitían buscar y recoger pedacitos de cerámica,  obsidianas, etc., siempre y cuando los entregara a los encargados; cosa que a él no le molestaba, porque la emoción estaba en rascar la tierra con una pequeña pala que Alfonso le había regalado, y encontrar pequeños objetos o pedacería, que guardaba en una bolsa de lona  después de limpiarlos con una brocha especial (también obsequios de Alfonso), para luego ir y vaciarla enfrente de los asombrados arqueólogos que casi siempre encontraban algo que le prometían iría al museo local o, en dos ocasiones, hasta al Museo Nacional de Antropología e Historia.  Mario se había electrificado de emoción al escuchar a dónde iban a ir a parar sus hallazgos y cuando poco más de dos años después, en una de sus asiduas visitas al Museo Nacional de Antropología e Historia, efectivamente vio sus dos piezas exhibidas en una vitrina, casi se desmaya de la emoción y al siguiente fin de semana organizó una visita con algunos de sus recientes compañeros de primero de secundaria.  Para entonces ya sabía que iba a ser arqueólogo como Alfonso, con quien mantenía correspondencia, sin importar dónde se encontrara éste excavando.

***

Terminaron de comer y reanudaron la marcha; la selva se iba espesando gradualmente y Mario se decía a sí mismo que su hipótesis era correcta.

El pensaba que en la zona más rica y fértil de la selva, junto al río, en la montaña, al sureste de Bonampak, más al sur y más al este de Lacantum, en una zona fértil, con agua dulce y muy rica en minerales, debería haber asentamientos mayas aún no descubiertos; quizá muy anteriores a los conocidos hasta ahora y, al menos hasta el momento, todo parecía indicar que estaba en lo cierto.  Recordó sus viajes a la zona maya, siendo aún estudiante de arqueología en la ENAH; primero, naturalmente fue a Chichen Itzá y  Uxmal, después a Palenque, Cobá, Tulum, kabáh, Labná, Dzibil Chaltún y, por supuesto, a Bonampak, después de lo cual las otras zonas arqueológicas dejaron de interesarle y se especializó en los sitios mayas; no se arrepentía, era lo más fascinante que conocía, aún comparándolos con Egipto, Perú, o cualquier otro lugar.

Seguían internándose en la jungla virgen y, de pronto, por un pequeño claro vieron pasar  indolentemente a un animal casi del tamaño de un poni, aunque un poco más bajo de estatura, con una trompa semejante a la del elefante, pero más pequeña.  José estiro ambos brazos a los lados, para impedirles el paso y Juan, el otro guía, les hizo señas de que no hablaran; habían encontrado un tapir, animal casi en extinción, que sólo se encuentra en lo más recóndito de la selva, adonde no ha llegado el hombre blanco.

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-Tzimin- susurró Juan.

Los diez integrantes de la expedición acataron las órdenes de los dos guías mayas y se vieron premiados cuando el tapir asomó un poco a la izquierda de donde se encontraban, mordisqueando indolentemente las hojas de los arbustos a su alrededor.

Mario recordó los dioses o altos dignatarios representados en algunos de los más bellos edificios de Chichén Itzá y Uxmal y confirmó la creencia de los arqueólogos de que los mayas se inspiraron en este extraño animal para representar a esos trompudos personajes… sin embargo, él podría aceptar otras teorías nada ortodoxas al respecto, que hablaban de elefantes, en una época (al menos la oficial) en que los elefantes se habían extinguido en América.

Sus pensamientos se interrumpieron cuando algo cayó sobre el hombro de Eugenia y de ahí brincó hacia un árbol, los demás rieron de la ocurrencia de un pequeño tejón -coatí- corregiría Luis y Eugenia tuvo que tragar saliva reponiéndose del susto antes de también soltar la carcajada.

Emilio y Humberto, dos de los cinco arqueólogos de la expedición alcanzaron a Mario, emparejando su paso el de él.

-¿Crees que los asentamientos que buscamos estén por esta zona?- Emilio volteó a derecha e izquierda, como tratando de descubrir algo entre la espesura.

-Encontramos un tapir ¿no?…

-¿Y eso qué?-se engalló Humberto.

Luis acercándose, salió al quite -los tapires viven cerca de donde hay agua y Mario piensa que los antiguos mayas también buscarían un lugar con buenos depósitos acuíferos.

-Para eso traje a un biólogo- explicó Mario con una sonrisa de oreja a oreja, recordando que tanto Humberto como Emilio y Eduardo, otro colega, se habían opuesto a que hubiera un biólogo, un geólogo, una estudiante de arqueología -«¿una mujer y aún estudiante?»- y un mineralogista en el equipo, alegando que no tenían nada que hacer en una expedición arqueológica y sólo habían aceptado a José Antonio con reticencia, por ser etnólogo; sólo Jaime, el otro arqueólogo, no había puesto objeción alguna a sus copartícipes de otras especialidades.

Mientras hablaban se habían detenido a descansar un poco, pero tuvieron que avivar el paso para alcanzar al resto del grupo, que seguía a los guías y sus machetes abre-camino.  Mario aprovechó para ponerse al paso de Arturo, el mejor mineralogista que pudo encontrar dispuesto a correr esta aventura.

Casi jadeando por el paso rápido lo tomó por el brazo .

-¿Crees que por esta zona haya obsidiana, hematita o jade?

Hematita
Hematita

-Así, a ojo de pájaro, te diría que es bastante posible- se agachó tomó un puñado de tierra y lo estudió

-por la tierra, la vegetación, la zona y la altura, te podría decir que podría haber jade y también granito.

Mario lo observó un poco incrédulo haciendo sonreír a Arturo -También tengo la información de un estudio mineralógico y mapas de fotografías aéreas y de satélite, no sólo soy zahorí- y avanzó divertido por la expresión de su amigo.

Iba tan distraído que casi pisa la cola de un ocelote dormido, que, despertando rápidamente, volteó poniéndose en actitud de ataque; Arturo y los que venían atrás se detuvieron casi petrificados, porque aunque sólo parecía un gato grande, con una hermosa piel café grisácea y motas de color casi negro orladas de gris,  las franjas oscuras de su cabeza y cuello, hacían más visible lo erizado de su pelambre y sus fauces abiertas y su gruñido amenazante indicaban un peligro muy real.  Juan salió al quite, arrojándole al furioso animal un gran pedazo de carne seca.  El gato venteó el manjar, volteó indeciso hacia donde había caído y al no ver movimiento de parte de sus presuntos enemigos, se acercó a olfatearlo y por fin a comerlo con evidente placer.  Los expedicionarios avanzaron con sumo cuidado hasta considerarse convenientemente alejados del ocelote.

Poco después encontraron un arroyuelo y debido a que ya estaba oscureciendo, Mario decidió detenerse a pasar la noche, para iniciar la marcha al amanecer, cuando hace menos calor.  José y Juan, ayudados por Jaime, José Antonio y Luis, formaron un pequeño claro a machetazos; Emilio Arturo y Humberto recogieron ramas para la fogata, Carlos se dedicó a buscar muestras: piedritas, según Eduardo y Emilio (quizá en desquite de que a ellos los profanos también les achacaban que sólo estudiaban piedritas, pero al menos las que ellos estudiaban eran piedras trabajadas, labradas, construidas, colocadas en monumentos, no simples guijarros como el geólogo, que no les agradaba).  Aunque habían acordado que no habría roles sexuales, Eugenia se dedicó a recoger agua del arroyuelo, hacer café, preparar sopa de lata y freír huevos.  Eduardo y Mario lavaron los trastes, para compensar.

Después de la cena se reunieron alrededor del fuego a descansar y conversar.

Luis había estado tomando notas de los animales que habían encontrado.

-¿Qué les parece el  gatito que casi pisa Arturo?, ¿no les pareció hermoso?

-¿Cómo dices que se llama?- Eugenia se había quitado las botas y sobaba suavemente sus adoloridos pies sentada en un tronco caído.

-Ocelote…- iba a continuar, pero José Antonio lo interrumpió.

-Del nahuatl, océlotl,  ¿no es así?, en inglés se llama ocelot y por aquí también le llaman tigrillo.

-¿Te gustaría un abrigo de piel de ocelote?, es bellísima y en Europa las mujeres más elegantes pagan lo que sea por un abrigo de esa piel -terció Carlos, mientras seguía estudiando algunas de las piedras que había recogido

Eugenia lo volteó a verlo enojada -¿te parezco elegante? además, no soy partidaria de matar animales para lucir abrigos caros y no es políticamente correcto- bajó el pie que había estado masajeando y dio un grito.  A medio metro de ella, por un hueco del árbol en que estaba sentada asomaba la cabeza de una serpiente. 

Al ver la la serpiente tan cerca de Eugenia,  que ya sacaba su cuchillo de su bota, José le dijo que no se moviera y llegó cautelosamente junto a ella y de un machetazo cortó la cabeza de la víbora.

boa-constrictor
boa-constrictor

Eugenia casi no podía hablar; cuando recuperó su voz sólo dijo casi inaudiblemente-gracias-  y regresó el cuchillo a su bota, sin perder un movimiento de José que estaba sacando el cuerpo del enorme reptil de su madriguera. 

José jalaba y jalaba y la cola no acababa de aparecer; entre la cortada cabeza y la mitad del cuerpo tenía un enorme bulto, señal de que acababa de comerse a una gran presa.

Luis se acercó a observarla con admiración, acariciándola mientras informaba a los demás- es una boa constrictor-  al tocar la piel de diseño de diversos tonos de café, descubrió garrapatas y retiró la mano rápidamente

-Se dice que éstas son más agresivas que las de otras zonas; tal vez por las molestias que les causan estos ácaros-bromeó- tuvimos suerte de que acabara de comer, seguramente estaba disfrutando su siesta y aún estaba medio dormida cuando sacó la cabeza, porque si no…-miró a Eugenia significativamente.

-Ni lo digas-respondió ella poniéndose rápidamente las botas, cuchillo incluido.

Después de este último susto, decidieron irse a dormir para partir muy temprano al día siguiente.

Al principio a todos, menos a José Antonio, se les dificultó conciliar el sueño, porque ranas y cigarras les proporcionaron un estrepitoso concierto.  Afortunadamente todos llevaban mosquiteros, y de tábanos y mosquitos sí estuvieron a salvo.

Continuaron dos días más por las montañas, siempre en dirección sureste, Mario insistía en que las ciudades mayas más importantes deberían estar en el centro de la zona, más o menos equidistantes de Copán, Chichen Itzá, Uxmal y Palenque, porque aunque fueran ciudades estado autónomas, había comunicación y comercio entre ellas.

Al segundo día encontraron el sitio con un templo lleno de inscripciones en la escalera y las paredes, además de pinturas en las que se aprecian enemigos vencidos que han sido decapitados. Uno de los arqueólogos habla de las ofrendas de sangre a los dioses, pero nada más.

La excavación empezará mucho después…

CONTINUARÁ

***

NOTAS (DATOS ARQUEOLÓGICOS)

Mayas mapa
Mapa de la zona  maya
Mapa de la zona maya

El esplendor físico de la cultura maya se aprecia sobre todo en la arquitectura y decorado de sus ciudades. Estas ciudades-estado constituían la sede del poder de los reyes-sacerdotes que administraban la obediencia, el tributo y la fuerza de trabajo del pueblo que creía en ellos.

Se han identificado muchas ciudades y centros ceremoniales mayas, algunos de los cuales aparecen en nuestro mapa del país maya, que cubre desde los actuales estados de Campeche y Yucatán, en México, hasta lo que hoy es Honduras.

No todas las ciudades se desarrollaron al mismo tiempo. En los inicios de la cultura maya, las tierras altas edificaron las primeras construcciones. En el apogeo de la Época Clásica, entre los años 250 y 900 de nuestra era, las tierras bajas vieron florecer grandes ciudades, como Tikal, localizada en el corazón del Petén guatemalteco. Después de esto, el impulso creador se movió a las planicies y mesetas del sur de la península de Yucatán, en donde las ciudades Puuc tuvieron su momento de gloria.

Cada ciudad maya mantiene un estilo propio, aunque diferentes regiones y épocas presentan similitudes que se extienden a los centros ceremoniales dentro de ellas. Cuando visitamos las ruinas que aparecen de pronto entre la selva, no podemos menos que admirar las obras de ingeniería que garantizaban el abasto de agua y alimentos a los habitantes; los finos decorados de estuco; las estelas de piedra, mudos testigos del sistema calendárico más avanzado del mundo de entonces; la amplia red de carreteras que cruzaba todo el territorio, y que unía a las ciudades en el comercio y el intercambio.

Los nombres de las viejas ciudades fueron olvidados. Los que usamos hoy fueron inventados por exploradores y misioneros, viajeros y arqueólogos. Uno de los pocos nombres prehispánicos que ha llegado hasta nosotros es el de la ciudad de los brujos del agua, Chichén Itzá.

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© Silvia Eugenia Ruiz Bachiller, Autora de “TÚ Y YO SIEMPRE”, novela romántica. La historia de amor de Almas gemelas, su karma, reencarnación y regresiones a vidas pasadas.

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