KI KI RI KI

gallos-cantan-amanecer

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Se hablaban de “usted” a pesar de los 20 años de casados que llevaban;  Alicia y Enrique eran muy respetuosos, pero les gustaban las bromas, sobre todo ésas que sólo ellos entendían. Había una especial; la primera que surgió cuando se casaron: En la noche de bodas, ella, tímida, no le permitía besarla y él le había dicho con cara de niño compungido:

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-¿Qui quiere qui haga? – ¡y se rompió el hielo! Porque ella soltó la carcajada diciéndole que había oído.

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-¿Ki ki ri ki haga?

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A partir de entonces, cada vez que él quería hacer el amor, le decía a Alicia tiernamente:

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-¿ki ki ri ki haga?

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Algunas veces delante de otras personas, pero sólo ellos sabían el significado real de esa frase… al menos eso era lo que Alicia creía…

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La semana anterior, en una cena en casa de Livia y Pedro, un matrimonio vecino, mientras los hombres hablaban de fútbol en la sala, Alicia ayudaba en la cocina a Livia, quien le comentó que frente a la casa de Irma, a una cuadra de donde ellos vivían, había un arbusto muy singular, de cuyas hojas se podía hacer un cocimiento que, en determinada concentración, producía un veneno capaz de matar sin dejar absolutamente ninguna huella química y que se podría confundir con una muerte súbita natural y usarla podría ser el crimen perfecto.

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Alicia se había reído, pero Livia muy seria aseguró.

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-Aunque no lo creas es cierto, pero casi nadie lo sabe, por eso hay esos arbustos en parques, jardines y aceras – diciendo esto, fue por un libro de herbolaria náhuatl muy antiguo en el que Alicia pudo constatarlo al ver dibujos de las hojas y del arbusto.

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Con los platones de botanas en las manos llegaron Alicia y Livia a la sala y Alicia dijo riendo.

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-¿Sabían que Livia es una experta en plantas venenosas?

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Enrique se levantó a ayudar a su mujer con la charola y, abrazandola, le dijo a Pedro.

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-Ten cuidado compadre, tienes que portarte bien o…

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Todos rieron de la broma y Livia, encogiéndose de hombros y mirando a Enrique dijo con gracia:

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-No puedo remediarlo, el conocimiento de las plantas venenosas me encanta, ¿ki ki ri ki haga?

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La conversación siguió girando alrededor de la herbolaria, pero Alicia había dejado de escuchar ¡ésa era su frase de introducción para hacer el amor! ¡de ella y de Enrique! Nadie más la sabía, al menos eso era lo que hasta ahorita había creído ¿Livia se la habría oído a Enrique? ¿en qué circunstancias?, no, mejor ya no quería pensar. Volteó a ver a Enrique y lo vio tenso y ruborizado, lo cual no le agradó.

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Tampoco le agradó notar que “coincidentemente” el coñac que bebía Livia era el mismo que tomaba Enrique en las noches “para dormir” ¿por qué sería?

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Luego, Pedro le había echado en cara a Livia que las botellas se acababan muy pronto y sólo ella tomaba ese coñac. Livia sólo se había encogido de hombros y a Alicia le pareció que cruzaba una rápida mirada con Enrique ¿o se lo estaría imaginando?

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Al día siguiente llamó a Livia para agradecerle la cena y platicar de todo un poco.

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-Por cierto, me sorprendiste con tus conocimientos de herbolaria.

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-No, no es para tanto, sólo que he leído mucho sobre el tema.

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-Pues es muy interesante, fíjate que quiero escribir un cuento sobre un crimen perfecto y creo que ese arbusto que mencionaste me serviría a tal efecto ¿cómo se usa?

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-Bueno, mira, en un litro de agua hirviendo, pones 3 hojitas de esa planta y la dejas hervir hasta que quede sólo ¼ de litro del cocimiento, se lo das a beber a la víctima y ¡listo!

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-¡Gracias, querida!, ahora sí va a ser creíble mi cuento.

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Esa noche Alicia salió a dar un paseo y casualmente pasó frente a la casa de Irma y, también “casualmente”, arrancó varias hojas del arbusto que adornaba su acera.

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Al llegar a su casa, Lupe, la sirvienta, ya estaba en su cuarto y Enrique ya estaba dormido, después de tomarse sus reglamentarias 3 copas de coñac, así que pudo maniobrar a gusto en la cocina, donde hizo el cocimiento con las hojitas recién arrancadas, tal como le había dicho Livia.

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En la mañana fue a ver al hermano de su sirvienta, que se dedicaba a vender bebidas alcohólicas “importadas”, adulteradas en la botella.

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-Juan, quiero que adulteres esta botella de coñac, que le metas este líquido, al fin que es del mismo color…

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-No, seño, pos crioque no se va’poder.

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-¿Por qué?

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-Pos porque ¿yo qué gano? Usté trajo la botella.

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-No te preocupes, te pago el triple de lo que vale y ni siquiera me tienes que dar una, quiero que lo hagas en ésta.

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Juan lo pensó un momento.

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-No, pos “así sí baila m’ija con el siñor”, como dicen por ahí, deme l’agüita esa y se la pongo allá dentro.

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-No juan, por favor, quiero ver cómo es el procedimiento.

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-No, seño, eso no se va’poder…

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-Ándale, te pago 5 botellas, pero déjame ver- lo que quería Alicia era constatar que le pusiera el veneno a la botella.

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Ante tales argumentos, Juan fue por sus instrumentos de trabajo y frente a Alicia llevó a cabo la delicada operación, ella no hubiera pensado que se necesitaran agujas jeringas y una precisión de cirujano: observaba a Juan con los ojos muy abiertos y comprobó que su veneno fuera introducido a la botella.

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Juan le entregó el coñac adulterado con veneno y ella le dio el dinero acordado; ambos quedaron muy contentos con ese trato.

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-Bueno Juan, nadie debe enterarse de esto, ni siquiera tu hermana Lupe, porque si alguien se entera de que adulteras bebidas, ya sabes que te puede ir muy mal.

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-No, señito, nadien va a saber de esto, no me conviene.

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-Claro, bueno, yo no estuve hoy aquí ¿de acuerdo?

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Juan con las manos metidas en las bolsas de sus pantalones sólo asintió.

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Alicia ya tenía un moño de regalo en el coche, se lo puso a la botella y fue a visitar a Livia, llevando el coñac como un regalo de agradecimiento por la cena pasada.

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A Livia se le iluminaron los ojos cuando vio el regalo de su amiga y le ofreció una copa, pero Alicia no la aceptó.

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-No, querida, gracias, ese coñac a quien le gusta es a Enrique y, por lo que vi en la cena, a ti, pero no a Pedro ni a mí- sonrió.

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-Hummm, Pedro, ya me tiene harta, dice que tomo mucho coñac, pero si él llega tan tarde en algo tengo que entretenerme ¿no? – le hizo un guiño a Alicia, quien le sonrió en respuesta –hasta me hizo prometerle que ya no tomaría más y tiró lo que quedaba de la botella ¿tú crees?

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-Estos maridos… –Alicia pensó que todo estaba saliendo mejor de lo que esperaba, estaba segura que Livia iba a esperar antes de abrir la botella, quitando toda sospecha que pudiera apuntar a ella, pero de que la abría, la abría.

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Pasaron algunos días sin tener noticias de Livia, Alicia había perdido 3 kilos por su estado de nerviosismo que su marido no se explicaba, pero tampoco le daba importancia, le interesaba más qué noche podría ir a ver a Livia, su amante en turno.

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El siguiente viernes Livia le aviso que estaba segura que Pedro iba a llegar más tarde que de costumbre, así que lo esperaba en su casa esa noche.

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Enrique llegó por la puerta de atrás, como de costumbre, se dirigió directo a la recámara donde lo esperaba Livia toda sexi con un baby doll negro y rojo, él la abrazó y besó con pasión.

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Tuvieron su encuentro, muy distinto a lo que hacían con sus respectivos cónyuges, era la emoción de lo prohibido, del peligro de ser descubiertos, se disfrutaban mucho mutuamente.

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Cuando Enrique se estaba vistiendo Livia le ofreció una copa.

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-¿Te sirvo un coñac del que nos gusta?

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-Humm, no, mejor no, no quiero llegar con aliento alcohólico, para qué alborotar las sospechas.

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Livia traía la botella en la mano, aún con su moño de regalo.

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-¿Y esto de dónde salió?

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-Ni te imaginas quién me la regaló ¡tu esposa!

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-¿Y eso?

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-Pues la última vez que vinieron a cenar se dio cuenta de que a mí también me gusta y muy linda me la trajo dos días después para agradecerme la cena –ambos rieron de la ocurrencia y Enrique se despidió con apasionado beso. Livia suspiró.

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-Llévatela, de todos modos, después de esa famosa cena le juré a Pedro no volver a beber y menos sola; esta botellita ha sido una gran tentación y prefiero que tú la disfrutes, en la noche cuando te tomes tus tres copas para dormir.

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Enrique, riendo, la abrazó – Qué chismosa es mi mujer.

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-Después de todo soy su mejor amiga ¿no?

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-Con esas amigas ¿para qué necesita enemigas?, jajaja.

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Livia se molestó, pero Enrique la abrazó y besó apasionadamente y a ella se le olvidó el enojo.

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Esa noche, aunque todavía tenía un poco de coñac en su botella del buró, Enrique quiso abrir la que le había dado Livia, para recordar esa noche de amor ¿por qué sería que disfrutaba más con ella que con Alicia? Pudo entregarse a sus recuerdos, ya que Alicia estaba en casa de su mamá y regresaría hasta el día siguiente.

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***

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Sonó el teléfono y contestó Elena, le pasó el auricular a Alicia.

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-Es para ti, hijita.

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Aunque Alicia esperaba la tan ansiada noticia de que Livia… tuvo un mal presentimiento.

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-¿Sí?… ¡¿QUÉ?!, ¡no puede ser!, ¡voy para allá en seguida!

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-¿Qué pasa hija?

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-Que Enrique parece que está muerto, no respira, tiene la cara azul y Lichita está desmayada junto a él, me llamó la sirvienta, ¡por favor acompáñame!

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Tomaron sus bolsos casi al vuelo y salieron a toda prisa.

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Al llegar, la sirvienta las recibió en la puerta.

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-Seño Licha afigúrese que oyí un grito de Lichita y fui a ver qué pasaba y la encontré desmayada en el suelo junto a su papá que ya estaba acostado y estaba… estaba… –soltó el llanto.

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Alicia la hizo a un lado y corrió a la recámara. Efectivamente, Lichita estaba desmayada, ya la habían sentado en el sillón y Enrique estaba en la cama, frío, sin pulso ni respiración, con la cara de un azul que asustaba y aún con una copa de coñac vacía, volcada cerca de su mano; en el buró había una botella casi llena. Se acercó a verla ¡no era posible! Era la misma que le había regalado a Livia (sabiendo que bebía sola); la reconoció porque había tenido buen cuidado de hacerle una discreta marca ¡y ahí estaba!

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Se volteó muy trastornada y para que no vieran su desconcierto, más grande que su tristeza, le gritó a la sirvienta:

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-¿Cómo es posible que no hayas llamado al doctor?

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La pobre Lupe se hizo chiquita, se encogió de hombros y contestó con vocecita apenas audible:

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-Pero seño Licha, si no sé el número, ¿ki ki ri ki haga?…

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-¡¡¡???

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Ciudad de México, enero 1º de 1990.

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© Silvia Eugenia Ruiz Bachiller, Puedes copiar y publicar este artículo, siempre y cuando incluyas el enlace al artículo, no lo uses con fines comerciales, no lo modifiques, no quites el © ni este último párrafo que le sigue, enlaces incluidos.

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Imágenes tomadas de internet.

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Silvia Eugenia Ruiz Bachiller, Autora de “TÚ Y YO SIEMPRE”, novela romántica. La historia de amor de Almas gemelas, su karma, reencarnación y regresiones a vidas pasadas.

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