LAS TRES SIRENAS DE LA ISLA.

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En las primeras horas de una mañana luminosa, el mar está plácido y de un azul turquesa, pequeñas crestas se mueven en su superficie, aparentando una calma casi total; sin embargo, a lo lejos se divisan un velero y un galeón español de los cuales se desprenden pequeñas volutas de humo y, segundos después de cada una, se escucha un ruido sordo.

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Hacia el oeste se puede ver una pequeña isla, rodeada de blanquísima arena, lamida por apacibles y calmosas olas color turquesa.

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Dos horas después ya no se ven los dos barcos, ni las pequeñas volutas de humo blanco, sino sólo el velero y, muy cerca, una pira de humo negro, donde debía encontrarse el otro barco.

Mientras los piratas ingleses apresuradamente saquean el tesoro del galeón español incendiado, antes de que se hunda por completo en el agua, bajo el barco en llamas se pueden percibir algunos pequeños círculos dorados que centellean cuando los toca el sol a través de las aguas transparentes, en su lento descenso hacia el fondo.

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Un poco más allá, varias sirenas llevan hacia lo más profundo del mar un gran cofre, que va dejando caer monedas de oro por dos o tres aberturas; todas ríen alegremente por su travesura, pues cuando vieron caer al mar uno de los cofres que los piratas trataban de llevar a su barco, se apresuraron a hundirlo y ellos tuvieron que darlo por perdido. Ahora, sin saber realmente para qué, lo llevan a esconder a una gruta submarina, de las muchas que rodean la isla.

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Poco después, del lugar del naufragio se desprende el maltrecho velero que lastimosamente se dirige a la isla viento en popa.

Las sirenas no saben para qué sirven los circulitos dorados que hay en el cofre, pero les agradan y, ahí en el fondo del mar, se ponen a jugar con ellos, divirtiéndose por un rato.

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Cuando se aburren, van a buscar a sus compañeras para informarles de lo ocurrido y unos momentos después, vuelven con ellas a jugar con las monedas de oro que sacan por los hoyos del cofre que los piratas ingleses no pudieron salvar del naufragio del galeón que, desde las costas de la Nueva España, conducía el tesoro a la Metrópoli.

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Las sirenas nuevamente se cansan del juego y regresan a asolearse a su lugar favorito en la playa, cercano a donde, casi en la orilla del plácido mar azul turquesa, un tritón y una sirena se hacen el amor loca y apasionadamente, tirados en la blanca y fina arena, que les sirve de suave lecho. De vez en vez, las olas los cubren, lo que los hace reír; otras veces, en suave caricia, el agua sólo lame sus colas de pez.

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Él es mitad pez: a partir de las caderas, haciendo una curva, en lugar de piernas, tiene una gran cola, que ondula poderosamente en cada movimiento de su unión amorosa con la sirena; en su mitad de hombre, es fornido, musculoso, su pecho, vientre y brazos denotan una gran fuerza; el pelo de su cabeza, que le llega a los hombros, su luenga barba y el vello de su pecho, son rubios; lleva una corona dorada en la cabeza; es el rey de esa zona marina.

La sirena, en su mitad humana (de las caderas a la cabeza), tiene una fina y cimbreante cintura; pechos enormes, firmes, enhiestos; su rubio y ondulado pelo le llega a la cintura.

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Hacen el amor por un buen rato, mientras los acarician el sol, el viento y el mar. La sirena, llamada Andrena, también disfruta de la caricia de la arena bajo su cuerpo y de las olas que de cuando en cuando rozan su hermosa cola de pez.

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Cuando terminan de amarse y Tylón se acuesta junto a ella en la blanca arena, escuchan un ruido proveniente del agua y una algarabía inusitada de las otras sirenas que, aburridas de jugar con las monedas de oro, ahora están jugando en la playa, un poco mas allá de las rocas que protegen a Tylón y Andrena de su vista.

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El escándalo es un tanto extraño y, para ver de qué se trata, Tylón se eleva, recargándose en las manos y Andrena levanta el torso, sosteniéndose en un codo para poder observar a sus amigas por encima de las rocas; se dan cuenta de que todas son presa de una gran excitación y señalan hacia el mar; ambos vuelven su vista hacia allá y a lo lejos alcanzan a ver un barco de velas, que de inmediato identifican como de piratas.

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Pero la algarabía de las sirenas no se debe al barco, sino de una de sus lanchas que se aproxima.

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Como el velero no puede acercarse mucho, porque el agua que rodea la isla es poco profunda, después de anclarlo a cierta distancia, los hombres decidieron bajar una lancha con toneles de ron y varios cofres cerrados con candados.  Están sin capitán, pues murió en el combate con los españoles, James ha tomado el mando.

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Se dirigen a la isla remando y cantando alegremente, aunque lamentando haber perdido el último de los cofres que robaron del otro barco y que cayó al mar hundiéndose pesadamente. Cuando la lancha se encuentra cerca de la playa, las sirenas se acercan nadando a recibirlos.

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Los piratas se sorprenden, pero por supuesto, se sienten maravillados y felices de que un grupo de hermosas sirenas se acerquen a darles la bienvenida. Todos han escuchado los relatos de estos míticos seres, pero ninguno las había visto antes de ese día.

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Como temen que una flota española los persiga, necesitan acercar el barco lo más posible a la playa y ahí decidir qué hacer. Pero a la vista de las bellas sirenas, puesto que aún no tienen un plan bien definido, apenas se toman el tiempo necesario para desnudarse y echarse al agua a jugar con ellas. Ya verán que hacer con el barco después.

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Andrena y Tylón observan todo desde detrás de las rocas, y el tritón le advierte a su sirena mirándola fijamente y entrecerrando los ojos.

-Ni por un momento pienses que vas a ir a jugar con esos hombres.

Andrena, echando la cabeza hacia atrás y permitiendo que su largo y hermoso cabello toque la arena, ríe coquetamente, porque no había pensado en ello, no se le había ocurrido; pero le agrada que Tylón se ponga celoso (todas las sirenas son para el, pero ella siempre ha sido la «preferida» y ella considera eso como un honor).

-¿Y para qué quiero jugar con ellos, si puedo hacerlo contigo?- con el dedo índice recorre el pecho de Tylón desde el cuello hasta donde empieza la cola de pez, excitándolo para tener una nueva unión.

Una vez tranquilizado en sus celos e incitado en su pasión, Tylón la acaricia y, mientras escuchan la algazara de sirenas y piratas, vuelven a enlazarse en amoroso abrazo.

Cuando terminan, ven   que las sirenas van jalando el velero con una cuerda, guiándolo por entre los bancos de arena.

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Se acercan nadando a curiosear y ven que bajo las órdenes (a señas) de los piratas, entre todas las sirenas conducen el pesado barco poco a poco y con mucho cuidado, para que no encalle en la arena. Lo meten dentro de una gruta en la cual penetra el agua, pero que no es visible desde alta mar; lo dejan amarrado a una roca y salen a seguir nadando y jugando con los piratas, que se arrojan desde la borda.

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Sólo un sombrío y melancólico hombre permanece en el barco, observando a sus amigos tristemente; es Peter, el joven cocinero que no sabe nadar y que se unió a la tripulación para huir de la policía, allá en el lejano puerto de Plymouth.

Cuando se cansan de jugar con las sirenas, en una de las playas de la isla, los piratas se dedican a algo más urgente.

A pesar de haber nadado desnudos un buen rato, tienen un aspecto mugroso y desagradable, visten sucias ropas hechas girones y el que no tiene un ojo parchado, tiene una pata de palo, o le falta un brazo; sólo los más jóvenes aún están completos. Todos sudan copiosamente por el esfuerzo de cavar un gran hoyo largo y profundo, no muy lejos de la orilla, junto a un conjunto de tres grandes rocas, que les servirá como referencia.

De vez en vez, se limpian el sudor de la frente con un brazo o con sus sucias camisas y siguen cavando. Cuando se dan por satisfechos de las dimensiones del hoyo, van hacia la línea donde empieza la vegetación y se internan unos diez metros; hacen a un lado algunos arbustos debajo de los cuales dejaron escondidos los grandes cofres que robaron del galeón español, toman aliento para acrecentar su fuerza y, en 3 grupos, empiezan a arrastrar pesadamente uno a uno los cofres hacia el hoyo abierto en la playa.

Cuando llegan con los 3 primeros, los colocan en fila en un extremo y regresan por los demás, repitiendo la operación 12 veces. una vez que hubieron arrastrado, acomodado y cubierto con arena todos los cofres, se sientan a descansar bajo las palmeras; unos minutos después, uno de ellos se levanta de nuevo y se dirige hacia un tonel que está junto adonde se encontraban los cofres; lo abre, hace un cuenco con las manos y lo llena del ambarino líquido, que destella con el sol, se lo lleva a los labios y bebe ávidamente.

-¡Ah! es el mejor ron que he bebido en mi vida- exclama antes de limpiarse la boca con la sucia manga de su camisa hecha girones.

-¡Eh!, ¡John!, trae el ron- vocifera James, quien quedó como jefe de la banda al morir el capitán.

-No puedo, no tengo en qué, venga cada quién por lo suyo- responde entre risotadas el aludido.

En vista de que no hay más remedio, los demás hombres se levantan pesadamente y se dirigen al tonel para su merecida dotación de ron.

Después de beber copiosamente, algunos se quedan tirados junto al casi vacío tonel y los más responsables se dirigen a la playa para planear qué hacer con su maltrecho barco que, a diferencia del otro, sí se salvo del naufragio; aunque por el momento está a salvo, pues no es posible verlo desde el mar, no puede quedarse ahí, más bien, ellos no pueden quedarse en la isla, por muy paradisíaca que sea.

Por un buen rato todos tienen opiniones, pero gritan al mismo tiempo y nadie escucha a los otros. Cuando finalmente James retoma el mando, ordena estentóreamente que hablen uno por uno, pero después de escuchar a todos, ven que ninguna de las sugerencias es viable.

Entretanto, William, uno de los más jóvenes (aún sin taras físicas recuerdo de heridas en batalla) y el único que sabe leer y medio escribir, está dibujando en su propia camisa, en el revés de una de las mangas, un mapa de la isla y del sitio donde enterraron el tesoro; como no tiene otros elementos, utiliza su propia sangre, que brota de una pequeña herida en su muslo derecho y la punta de una delgada vara que ahuecó con su cuchillo para tal efecto.

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Casi al anochecer, la flota que persigue a los piratas se recorta en el horizonte y al llegar cerca de la isla anclan los barcos y arrían las velas, para pasar ahí la noche e inspeccionar la isla por la mañana.

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Se trata de enormes barcos cañoneros españoles, que patrullan el mar Caribe en busca de barcos piratas de otros países y que descubrieron los restos del naufragio del galeón español atacado por los ingleses.

A la mañana siguiente, los españoles desembarcan en lanchas para buscar piratas sobrevivientes del naufragio para castigarlos y con la esperanza de recuperar aunque sea parte del botín, si es que algo pudo ser salvado por los náufragos; no suponen que se haya salvado el barco de los piratas, porque la tarde anterior rodearon la isla y no lo vieron; no se imaginan que pueda estar escondido en una gruta de la isla.

Todos los perseguidores van armados, los que no llevan mosquetes, portan arcabuces. Se acercan lentamente a la línea de vegetación escudriñando y cubriéndose los ojos con una mano, porque el brillante sol no les permite ver entre la tupida red de palmeras, árboles, enredaderas y arbustos.

Se mueven cautelosamente, porque temen ser atacados por los piratas, pero éstos prefirieron esconderse entre la tupida y exuberante selva tropical de una colina cercana, desde donde pueden observarlos sin ser vistos.

James y Peter están escondidos tras de un platanero enano rodeado de helechos, riéndose a mandíbula batiente de sus enemigos.

Los españoles, a diferencia de los ingleses, visten elegantemente, usan zapatillas negras, medias hasta la rodilla (adonde terminan los pantalones), trajes con largos sacos de brocado, con pliegues en la espalda a partir de la cintura, para darles vuelo; camisas con holanes en la pechera y en las mangas y sombreros de tres picos, que cubren sus largas y ensortijadas pelucas; la vestimenta es muy elegante, pero bastante inadecuada para el calor, la humedad y la arena.

Los hispanos buscan infructuosamente toda la mañana y al fin se van sin descubrir a los piratas, que todo ese tiempo se lo han pasado riéndose a sus costillas, e imitando su forma de caminar con esos ropajes más dignos de un salón que de una playa en el Caribe.

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Cuando constatan que los barcos de la patrulla se alejan lo suficiente, como para que no los puedan descubrir ni con catalejos, salen de su escondite y corren a la playa y se meten al agua para seguir divirtiéndose con las sirenas, a quienes habían advertido, a señas, que no salieran a recibir a los recién llegados.

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Todos se burlan de Peter, que no puede nadar y sólo se arriesga a meterse al mar hasta donde el agua le llega a las rodillas. Una de las más bellas sirenas se compadece de él y se acerca a la playa para convencerlo de nadar, él a señas, le explica que no sabe. Nadier se ríe de él, lo tira al agua y lo jala hasta lo hondo; el pobre Peter se asusta, traga agua y quiere salir, pero Nadier lo tranquiliza y lo sostiene mientras lo lleva mar adentro.

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Todos los compinches de Peter se desternillan de la risa, pero luego de una hora, se asombran de verlo nadar solo, como el mejor; la sirena es una buena instructora, no cabe duda. A partir de entonces, nadie se queda en la playa por las mañanas, cuando se reúnen sirenas y piratas para divertirse.

Tylón y Andrena los observan alejados, ora en la playa, ora en el mar. El no quiere que su favorita se acerque a los hombres, pero no le importa que las demás se diviertan; después de todo, tal vez tengan hijos humanos que puedan poblar la isla, un sueño que él siempre ha acariciado: no sólo reinar en el mar que los españoles bautizaron como Caribe, sino poblar y regir las islas de la zona; pero, siendo tritón y apareándose sólo con sirenas, no podía tener descendencia humana.

Ahora, a través de sirenas y piratas, tal vez tendría la oportunidad de adoptar a los hijos de sirenas y humanos y reinar también en las islas.

II

Ya ha pasado un año desde que los piratas llegaron a la isla y han convivido tanto con las sirenas, que ya les enseñaron muchas palabras de inglés, pero ellos no han aprendido a hablar como ellas, pues el lenguaje que ellas usan es a base de pequeños gritos, aullidos e inflexiones que los piratas no entienden, ni pueden reproducir.

Lo que disgusta grandemente a la mayoría de la tripulación, es que James, que aún funge como jefe, William, el «intelectual» del grupo y Peter, el cocinero, se han enamorado locamente de tres de las sirenas y no sienten la necesidad de arreglar el barco para seguir en sus correrías, aunque los otros 23 hombres insistan en hacerlo.

Finalmente, ante lo inútil de sus peticiones, deciden arreglar el barco y pasan un mes dedicados a repararlo, sin que los otros se den cuenta; lo hacen como pueden con los pocos elementos que encuentran en la isla, pero usando todas sus mañas; finalmente logran hacerlo porque la necesidad es la madre del ingenio.

Cuando el velero está en condiciones de volver a navegar, se ponen de acuerdo para secuestrar a sus tres compañeros que no quieren dejar la isla, y zarpar en cuanto la marea les sea propicia; como saben que no podrán sacar el barco sin el auxilio de las sirenas, convencen a varias de las que se quedaron sin «pareja», cortejándolas y persuadiéndolas para que los ayuden a sacar el velero sorteando los escollos y los bancos de arena.

Para poder sacar el barco sin que los renegados se den cuenta, necesitan que sea en una noche oscura, pero para poder dirigirlo, necesitan de la luz de la luna llena; aunque para secuestrarlos, necesitarían la oscuridad de una noche sin luna; por fin, en asamblea, deciden emborracharlos en una noche de luna llena, golpearlos en la cabeza, amarrarlos, llevarlos al barco y zarpar.

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Entre todos convencen a James, que todavía la hace de capitán, para tener una celebración de aniversario, en la próxima noche de luna llena, sugiriendo que el lugar ideal es en la pequeña bahía que entre hombres y sirenas han acondicionado como especie de alberca, amontonando arena y pedazos de troncos, para formar pequeños muros, de manera que las sirenas estén en su elemento y los hombres puedan estar de pie, sentados o hincados dentro del agua.

La razón que tiene la tripulación para elegir ese lugar, más que departir con las sirenas, es que esa pequeña bahía queda en el lado opuesto al lugar donde está la gruta en la que se esconde el barco; estando ahí, los enamorados no se darán cuenta cuando los encargados de la misión lo saquen de su escondite.

Sin sospechar nada anormal, al capitán le agrada la idea de la celebración y ordena traer del barco dos barriles de ron; a los amotinados pacíficos, como ellos se autonombran, no les hace gracia deshacerse de dos barriles, pero obedecen a James; todo, con tal de volver a la aventura.

El día de la fiesta, Peter se pasa el día cocinando lo que algunos hombres pescaron y lo que otros cazaron y al crepúsculo, empieza el festejo.

Los amotinados tienen la consigna de no beber más de un «coco» (para entonces ya habían ideado la manera de beber ron, en cáscaras de coco preparadas para tal efecto), pero tratar de que los tres hombres enamorados beban hasta perder el sentido, lo cual no es difícil, pues éstos se pasan la noche sentados en la «alberca», abrazando, besando y acariciando a sus amadas sirenas, mientras los otros se turnan para traerles cocos rebosantes de ron.

James y William pronto están tan borrachos, que los otros no tienen dificultad para sacarlos del agua casi sin sentido, y no hay necesidad de golpearlos, pues al depositarlos en la arena, ambos caen en un profundo sueño; pero Peter, como está encargado de la comilona, no se ha estado quieto, pues va y viene de la «alberca» a la hoguera, atendiendo por igual a sus compañeros y a Nadier (ella sólo come pescados crudos, pero él se los presenta en «platos» de hojas de plátano, adornados con flores).

Los hombres, cuando la marea va a llegar al punto culminante, se miran significativamente y le hacen una seña a Joe, que es el más cercano a Peter, para que le dé un golpe; el pobre Joe, no se anima a golpear a su mejor amigo, pero su deseo de regresar al mar lo vence y cuando Peter está aderezando un pedazo de carne en una hoja de plátano, Joe lo golpea tímida, pero suficientemente fuerte como para que Peter caiga al suelo medio atarantado.

En el mismo instante que Peter cae, se arma una algarabía, pues todos los hombres quieren mandar al mismo tiempo; finalmente, Art, toma el mando y ordena que primero se ocupen de amarrar a los tres; James y William son debidamente amarrados, pero Joe, que es el encargado de hacer lo mismo con Peter, se siente tan mal por haberlo golpeado, que sólo se lo echa al hombro, como si fuera un fardo, y lo lleva a la lancha que los conducirá al barco que ya viene en camino, rodeando la isla.

Las sirenas se asombran al ver a los piratas tan excitados correr de un lado a otro, y las amadas de James, William y Peter se asustan al ver que los otros meten a sus hombres a la lancha.

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Al principio no saben qué hacer, pero Nadier las organiza y se pone al frente de un grupo que nadará exactamente abajo de la lancha, para seguir a sus hombres y ver a dónde los llevan y para qué y envía a otro grupo más numeroso a nadar debajo del gran velero que se viene acercando.

Los oídos de las sirenas captan sonidos inaudibles para los humanos y ellas oyen, a pesar de estar bajo el agua, la conversación de los piratas.

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Cuando Nadier se percata de que los otros se llevarán sin su consentimiento a James, William y su amado Peter, rápidamente urde un plan: coloca a Gárama, la novia de James, junto con otras tres sirenas en un lado de la lancha y ella, Lotimar (novia de William) y otras dos, se sitúan en el lado opuesto; cuando se encuentran justamente a la mitad del trayecto entre la playa y el barco, a una señal de Nadier, vuelcan la lancha y mientras las otras juguetean alrededor de los amotinados, sin dejarlos recuperar la lancha volcada, las tres sirenas se dirigen con sus respectivos galanes de regreso a la isla.

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Los amotinados de la lancha, aunque son 10, no pueden contra las cinco sirenas que los hunden y los sacan a la superficie aparentemente jugando. Cuando ellas ven que las tres sirenas y sus novios están cerca de la playa, entre todas conducen a los 10 hombres hasta su barco, junto al que se encuentran en fila todas las demás camaradas.

Los llevan nadando hasta la escala de cuerda y les advierten que si se quieren ir, se vayan sin sus tres compañeros, y no regresen nunca, so pena de que ellas hundan su barco.

Los diez hombres, humillados, suben uno a uno a su nave, notifican a los que ya están ahí lo sucedido y cada cual se coloca en el lugar que le corresponde para desplegar las velas y conducir el velero a nuevas peripecias.

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Las tres sirenas conducen a sus amados a la alberca, donde tratan de volverlos en sí; Peter, que no estaba del todo desmayado, es el primero en recuperarse y preguntar lo que ha sucedido; Nadier se lo explica, aclarándole que si él y sus amigos se quieren ir, ellas mismas los llevarán a su barco.

Por su parte, Peter decide quedarse y cuando se recobran los otros dos, toman la misma decisión; así que, para beneplácito de Tylón, se quedan a formar familias de sirenas-humanos, en esa pequeña isla perdida en el Caribe, donde aún se siguen reproduciendo humanos con ascendencia de sirenas, en ese bello lugar que ahora es un famoso destino turístico.

Si vas allá y te enamoras de algún@ nativ@, podrías tener descendencia con genes de una de las tres sirenas de la isla…

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© Silvia Eugenia Ruiz Bachiller, todos los derechos reservados.

Puebla, Pue., julio, 1994.

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© Silvia Eugenia Ruiz Bachiller

Imágenes tomadas de internet, Pinterest  o de los enlaces relacionados.  Creo que no es necesario advertir que algunas fotos, son imágenes  sólo para dar una idea de cómo fueron en aquellos tiempos y lugares.

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