DECISIONES

 Con este cuento celebro mi 5º aniversario en WordPress

***

-¡Ya murió la abuela!

Flor llamó a Pedro a Puebla desde la habitación contigua a donde la familia velaba a la querida abuelita en la antigua casona de la Ciudad de México.

Pedro lo sintió mucho, pero no pudo dejar de preguntarse qué le habría tocado a su esposa en el testamento de doña Isabel; tenía pocas cosas, pero muy valiosas. El problema es que tenía demasiados nietos, y la verdad era que desde que él y Flor se casaron, hacía 20 años, no se habían ocupado gran cosa de la dulce ancianita; bueno, de cualquier manera, algo debía tocarle a cada nieto y Flor lo era.

-¿Cuándo es el entierro?

-Mañana a las 12, en el Francés-Flor hacía esfuerzos por no soltar el llanto.

-¿Estás bien, mi amor?

Ella respiró profundo, dándose valor -Sí…gracias, ¿vas a venir?

-¡Claro!, allá nos vemos mañana temprano. ¿Se van a quedar en su casa?

-Sí, ya sabes que ella así lo pidió, y, ni modo, debemos cumplir su voluntad.

-OK, Te veo mañana.

A Pedro no le hacía gracia la idea de velar un cadáver en una casa, pero Flor tenía razón; si así lo había pedido la abuela…

Al día siguiente llamó a su jefe para avisarle que tendría que ir al entierro y, después de colocar su equipaje en la cajuela de su Rambler, con el consabido enojo, como cada vez que tenía que abrirla, porque la chapa estaba descompuesta, enfiló hacia México por la autopista.

Le agradaba la carretera México-Puebla, con esos bellos paisajes de montaña y, sobre todo, le gustaba contemplar los volcanes, el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl, aunque desde diciembre de 94, la vista de la gran columna de humo y cenizas no era nada grata ni tranquilizadora.

Llegó con suficiente tiempo para dar y recibir los pésames de rigor y, lo más importante, para estar junto a su esposa durante el duro trance del entierro.

Al día siguiente se reunieron hijos, nietos y sobrinos para la lectura del testamento que doña Isabel no había hecho ante notario, pero que la familia estaba dispuesta a seguir al pie de la letra.

A Flor le tocaron unas mascadas de seda que casi se deshacían de solo verlas, 3 platos de talavera y, lo único realmente valioso, dos tibores, uno grande y otro pequeño, también de talavera, cuyo valor se incrementaba por haber sido hechos en el siglo XVII, como constaba por la fecha junto a una firma en la base de ambos tibores.

Puebla, Puebla, Talavera de la Reyna, Tibor - Photo by www.luxuriousmexico.com 0407

Durante el viaje de regreso no pronunciaron palabra, hasta pasar la caseta de San Martín, cuando ya se podía contemplar el Popocatépetl.

-¿Ya viste el volcán?

Flor volteó a su derecha, observó el paisaje y volvió a ensimismarse.

-Sé que estás triste- Pedro puso la mano en la rodilla de Flor -pero fue lo mejor para ella. Siempre dijo que no quería vivir si no se podía valer por sí misma, además…

-Sí, lo sé- lo interrumpió ella -pero, aunque no la veía muy seguido, la voy a extrañar.

-Es natural. ¿Dónde piensas poner tu gran herencia?

Ella volteó, lo miró enojada y tardó unos minutos en responder.

-Los platos en la vitrina…los tibores no tengo la menor idea; en el departamento no hay lugar para ellos y, además, estarían fuera de lugar… no sé- se quedó pensativa -en cuanto a las mascadas, no hay problema, la próxima vez que les de el aire, se deshacen- ambos soltaron la carcajada y se eliminó la tensión.

Cuando llegaron a su casa en la Colonia San Manuel y se disponían a bajar los tibores, que habían venido sonando en la cajuela durante todo el trayecto, Pedro volvió a molestarse porque la chapa no quería abrir -ya estoy cansado de esta maldita cerradura- finalmente, después de varios minutos de esfuerzos inútiles, la chapa cedió y se abrió la cajuela.

Flor ya había metido el equipaje y regresó para llevarse el tibor pequeño, mientras su marido cargaba la caja con el otro, los platos y las casi deshechas mascadas.

-Bueeeno…- Flor contemplo los jarrones y luego echó un vistazo circular a la estancia del pequeño departamento atestado de libreros repletos y de libros en mesas y muebles. ¿Dónde podrían colocar su gran herencia? Por el momento sugirió ponerlos en la mesa del comedor que, con ellos encima, se veía más pequeña.

Pedro se puso en jarras y lanzó el comentario que le quemaba la lengua desde el día anterior cuando se enteró de lo que había heredado su mujer.

-Le hubiéramos agradecido más el dinero contante y sonante que le dejó a tu primito Lázaro, nos hubiera servido más.

Flor, que ya iba rumbo a la cocina respondió sin voltear

-Pero nosotros nunca vivimos con ella, ni la cuidamos como él, ¿verdad?

Empezó a preparar la cena, y a considerar que su marido tenía razón, ¿para qué querían ellos esos tibores?; cuando tenían la casa grande podían haberlos lucido, pero ahora que sus hijos estaban estudiando en México y ellos habían comprado este pequeño departamento, ni siquiera tenían dónde ponerlos.

En cambio, sí tendrían en qué usar una buena cantidad de dinero, por ejemplo, para viajar, para tomar ese curso de pintura del que tantas ganas tenía, o para… sacudió la cabeza mientras servía la cena, para qué pensar en qué le gustaría usar dinero, si no lo tenía?, claro que con lo que ahora ganaba Pedro, les alcanzaba para todo… pero no les sobraba para nada y ahora que ella tenía tiempo libre quería hacer muchas cosas, pero… Tomó los platos y llamó a Pedro.

-¡A cenar!

Se sentaron y dieron buena cuenta de las quesadillas y los frijoles refritos que Flor había preparado, pero no pronunciaron palabra. Cuando terminaron Flor ofreció -¿café?

-Sí, gracias- sin decir más la miró inquisitivamente, ella, con el conocimiento de tantos años, entendió.

Mientras le servía el aromático líquido preguntó lo que él había estado esperando -¿Crees que podríamos venderlos?

-Seguro que sí, lo que no sé es cuánto valen y si nos lo pagarían a un precio justo.

-Vamos el domingo a Santa Clara, tal vez en alguna de las tiendas que venden Talavera nos digan mas o menos cuánto valen, que por lo antiguos deben tener algo de valor, y quizá hasta nos los compren, ¿no crees?

Pedro lo meditó un poco -posiblemente- dijo asintiendo y dando el último trago – Mañana voy al periódico para anunciarlos, sin precio, mientras vemos cuanto nos pueden dar por ellos y así venderlos en lo justo.

Flor asintió con una sonrisa en los labios.

-.-

Juan estaba recargado en la pared afuera de la vecindad, cerca del mercado de La Acocota, cabizbajo y triste, cuando llegó Obdulio.

-¿Qué pasa vecino? ¿por qué tan acongojado si es domingo?

-Es por mi’jo Juanito, acaba de venir el doctor y dice que lo tienen que operar del apéndice a lo más en uno o dos días y…

Obdulio asintió, puso cara de circunstancias y afirmó más que preguntar -y no hay lana.

Juan suspiró -no, la semana pasada me volvieron a despedir. Ya ni en las fondas de mala muerte hay chamba- recordó, nostálgico, cuando era mesero de restoranes de postín y hasta buen carro traía, pero eso fue antes de la devaluación y la crisis; ahora pasaba más tiempo desempleado que trabajando y cuando lograba una chamba, casi siempre era en alguna fonda o tugurio; pero ya con eso se conformaba.

Hoy la situación era peor, porque no tenía trabajo y a su hijo de 8 años lo tenían que operar.

-¿Bueno y no tiene usté seguro, vecino?

-No, sólo me duró tres meses después de que me despidieron, luego de 15 años de trabajar ahí, y de eso hace más de medio año-suspiró- en las fondas no dan seguro.

-¿Y el hospital general?-Obdulio trataba de ayudar, sabiendo que el otro no estaba acostumbrado a las penurias y que tal vez desconocía las posibles soluciones al problema.

-Eso le pregunté al doctor, pero dice que está lleno y no tienen camas disponibles.

-Sí, eso pasa casi siempre con lo que dan gratis- Obdulio escarbaba la tierra con la punta del zapato; sin levantar la vista; Juan miraba sin ver a la gente que pasaba por la calle.

-Oiga vecino, ¿y cuánto necesita?

-Según los cálculos del médico, si llevamos a Juanito a un hospital de monjas dizque muy baras, ya con todo y si él no cobra, serían como mil pesos.

-¡Un milagro!

-Eso es lo que necesito, un milagro.

Obdulio sonrió – no, yo decía por los mil pesares.

Juan volteó a observarlo, había entendido que un milagro y mil pesares significaban mil pesos, pero él necesitaba un verdadero milagro y esos mil pesos, sí eran como mil pesares. Sonrió tristemente.

-Si todavía tuviera algo que vender, lo vendería, pero ya no tenemos nada que valga la pena. Para la última renta vendí el reloj de mi mujer.

El otro lo miró con conmiseración -también usté… si no tiene lana, no pague la renta, si hasta se puede vivir gratis dos años, y el casero se tiene que aguantar, la ley nos protege, ¿pos qué no sabe?

-Ya me lo han dicho, pero yo no sé hacer esas cosas- calculó su situación- al menos, no todavía- recordó que se había mudado de la bonita colonia en la que vivía, a ésta tan pobre y sucia porque no tenía para pagar aquella renta, y ahora tampoco le alcanzaba para ésta.

-Pos ya va a aprender, y no es que yo se lo desié, pero la miseria lo hace a uno tramposo y…-lo pensó un poco antes de soltar prenda, pero se animó y se lanzó – oiga, Juan, ¿de qué sería capaz por salvar al chilpayate?

-¡De lo que sea!- volteó a ver a su vecino, pero le pareció tan siniestro, que rectificó -bueno, casi.

-Pos si quiere conseguir algo pa’ vender… yo lo acompaño, y también sé quien lo compra.

Juan entendió, pero no se dio por enterado -gracias Obdulio, luego le resuelvo – le puso la mano en el hombro a su bien intencionado vecino y desesperanzado se encaminó a su casa caminando encorvado, él que con su elegante uniforme lucía tan bien, con tan buen porte, hace menos de un año…

Ahí estaba Carmen, sentada junto al catre de su hijo, con los ojos inyectados de tanto llorar. A Juan se le encogió el alma al verla tan afligida y se fue a sentar junto a la mesa de tosca madera, de la que tomó una botella de tequila y se sirvió un buen fajo en un vaso.

Carmen estaba atrás de él -¡con eso no resuelves nada! -de un manotazo aventó el vaso al piso, salpicando a Juan, a la mesa y a ella misma. Se dejó caer en la otra silla desvencijada y colocando ambos brazos en la mesa, recargó la cabeza y empezó a sollozar.

-¡Si fuera 10 años más joven y pesara 20 kilos menos, te juro que me metía de puta! -más sollozos- pero no dejaría morir así a mi hijo.

Él se sintió poco hombre, ella no lo había expresado con palabras, pero así lo había llamado: poco hombre. Juan se levantó y salió del cuchitril que les servía de habitación, su decisión estaba tomada.

Llamó tres veces a la puerta de Obdulio. Este salió a abrir limpiándose la boca con el dorso del brazo -Pásele, vecino, ¿gusta una cheve?

-No, gracias, vine por lo que me dijo hace rato…

-Pásele, mi mujer se fue a misa, pásele- se hizo a un lado para dejar pasar a Juan. El cuarto era del mismo tamaño que el suyo, pero Juan vio que tenían un aparato de sonido muy sofisticado, un televisor de pantalla grande, dos videocaseteras, ventilador y una serie de aparatos electrodomésticos como los que él había tenido cuando trabajaba de mesero elegante, pero que había tenido que vender cuando se quedó sin chamba. Se preguntó si su vecino los había comprado en abonos o…

Obdulio sacó una cerveza del refrigerador. la abrió y se la ofreció a Juan. El primer trago helado le supo a gloria, su garganta estaba seca y ardiendo. Se sentaron a ver el partido Cruz Azul-Chivas, pero Juan no había ido a eso, tomó tres tragos de cerveza antes de tener valor para decirlo.

-Vecino… necesito conseguir dinero hoy mismo, ¿me puede ayudar?

Obdulio dejó su cerveza en la mesita donde también tenía los pies, bajó éstos y miró gravemente a Juan -¿a lo macho?

-¡A lo macho!-Juan dejó su cerveza en la mesa y se levantó.

Pos a darle, que´s mole de olla– Obdulio también se levantó apagó la tele, agarró su chamarra y salió seguido de Juan, que no estaba muy seguro de qué, dónde y cómo iba a hacer lo que iba a hacer.

-.-

Mirna y Luis estaban estrenando su flamante casa, su flamante auto y, sobre todo, su flamante matrimonio. Ese domingo habían ido a Puebla, al Callejón de los Sapos a comprar antigüedades y adornos para su recién establecido hogar en la Colonia del Valle, en la capital.

Después de adquirir algunos muebles pequeños y muchos trebejos decorativos, se dirigieron al zócalo, dieron una vuelta, disfrutando el ambiente mezclado de ciudad grande y provincia, y finalmente se atravesaron a comer al Royalty, en los portales.

Mientras comían entre zalamerías y miraditas tiernas, cayó un aguacero torrencial, pero ya estaba pasando.

-Mi amor, quiero llevarles camotes y dulces poblanos a mi mamá y mis hermanas, ¿está bien?

-Por supuesto, mi vida- Luis volteó buscando al mesero, cuando sus miradas se encontraron le hizo la seña de que trajera la cuenta y volvió a los arrumacos con Mirna.

Una vez pagada la cuenta se levantaron y se dirigieron a Santa Clara, a comprar camotes y otros dulces típicos. Formaban una pareja un tanto extraña: él, muy alto y delgado; ella, bajita y regordeta, tratando de caminar abrazados, pero con pasos desacompasados debido a la diferente longitud de sus piernas. Sin embargo, eso era lo que menos les importaba, ellos caminaban dentro de su propio y privado mundo, haciéndose caricias y carantoñas, como toda pareja de recién casados.

-.-

Pedro y Flor fueron a misa y al regreso él ya se estaba preparando para ver el partido del Cruz Azul, cuando su dulce florecita, como la llamaba de cariño, le recordó que tenían que ir a ver lo de su fabulosa herencia

Bajaron los tibores y los metieron en la cajuela, después del consabido pleito de Pedro con la chapa y enfilaron a Santa Clara.

Flor iba pensativa. Hacía mucho que no salían a comer y todavía más que no iban a un buen restorán -¿Y si comemos en el Royalty?

-Pero…

-¡No importa!, vamos a vender los tibores, ¿no?

-¿Y si no los vendemos?, tú sabes que nuestro presupuesto apenas nos alcanza, este mes se paga la luz y…-lo pensó mejor -¡está bien!, es justo un lujito de vez en cuando, ¡vamos!

No pudieron estacionarse en el zócalo pero encontraron espacio en un lugar intermedio, porque quedaba entre el zócalo adonde iban a comer y Santa Clara a donde iban a averiguar cuanto valían los tibores.

-¿A dónde primero?- Pedro prefería que Flor decidiera, para evitar problemas si algo no salía bien.

-¡A comer!, tengo mucha hambre.

Apenas alcanzaron a llegar antes de que se soltara una gran tormenta.

Mientras comían en una mesa cercana a Mirna y Luis, Flor no podía dejar de observarlos, sintiendo envidia, porque Pedro nunca había sido expresivo ni cariñoso, ¡ni aún en su luna de miel!. En cambio Pedro juzgaba que el comportamiento de la parejita era ridículo.

-¡Ya viste?- se aventuró ella -¿No se te antoja?

Pedro hizo una mueca de disgusto -se ven risibles- Flor suspiró y siguió comiendo  mientras los observaba alejarse, abrazados, cuando se terminó la tempestad.

No pidieron postre, porque iban a ir a Santa Clara y ahí pensaban comprar unas deliciosas tortitas de Santa Clara, que a ambos les encantaban.

-.-

Obdulio guió a Juan hacia el centro de la ciudad. Pasaron por El Parián, el mercado de artesanías más famoso de la ciudad, y cuando iban atravesando por el pasillo central,  empezó una tormenta como se estilan en Puebla, rápida, recia, de enormes gotas, que calan hasta los huesos.

Se refugiaron en una de las pequeñas tiendas, en donde vendían loza de talavera. Juan escudriñó el interior y tímidamente preguntó:

-¿Aquí?

-No, compadre -lo subió de categoría, después de todo andaban  juntos en esa aventura-  aquí se ayudan  unos  a  otros,  ‘pérese tantito,  no  coma´nsias.

En 15 minutos se acabó la tormenta y pudieron continuar su recorrido por las calles adyacentes.

Como acababa de llover, casi no había gente, pero sí autos estacionados. Con ojo conocedor, Juan iba revisándolos conforme pasaban junto a ellos. Se detuvo frente a un Rambler.

-Estas cerraduras siempre están descompuestas. Venga, compadre.

Juan dudó un poco

-¿Y no será más difícil?

N´hombre!, es más fácil.

Sin dificultad abrió la cajuela, sonrió al ver lo que contenía y le pasó a Juan una caja abierta, con dos grandes y hermosos tibores.

-Nos sacamos la lotería, ¡corra hacia el Parián, allá lo alcanzo- él tomó una caja de herramientas, cerró la cajuela, volteó a todos lados y caminó con toda la parsimonia del mundo, mientras Juan corría como alma que se lleva el diablo.

-.-

Mirna y Luis, después de comprar camotes y otras delicias en Santa Clara, decidieron ir al Parián a ver qué más compraban.

-.-

Juan y Obdulio se encontraron en el extremo poniente del mercado y Obdulio resolvió quedarse en la calle y ofrecer su recién adquirida mercancía a los turistas que fueran al Parián a comprar artesanías, porque a su comprador lo podría localizar hasta el lunes.

No tenían ni 5 minutos de haber llegado cuando vieron a una pareja dispareja y muy cariñosa atravesar la calle en dirección a donde ellos se encontraban. Obdulio los abordó resueltamente y les ofreció una verdadera ganga. Ellos, curiosos, fueron a asomarse a la gran caja que cuidaba el otro vendedor y quedaron boquiabiertos ante los dos bellos tibores. Luis los revisó y encontró la fecha en la base de ambos, pero no se dio por enterado.

-¿Cuánto?

-Ochocientos cada uno, Mil cuatrocientos pesitos por los dos, patrón. Ultimo precio.

Obviamente esperaba un regateo y Luis no quiso denotar su conocimiento de que verdaderamente eran una ganga, sobre todo por la antigüedad y aún sabiendo que eran robados, tomó la decisión de comprarlos.

-Mil doscientos por los dos y ni un centavo más- Obdulio acomodó los jarrones, cerró la caja y se la entregó a Luis, que casi brincaba de gusto y miraba amoroso a su sonriente esposa, que estaba encantada con la compra.

Juan no había abierto la boca, ocupado en rezar, como lo había estado haciendo desde que salieron de la vecindad. Cuando se terminó el trato y Luis le entregó los billetes a Obdulio y éste a él, casi no podía creer que se había realizado el milagro ¡su hijo se iba a salvar!

-.-

Pedro y Flor terminaron de comer con toda calma, pagaron la cuenta y se encaminaron a su auto.

Cuando se acercaron a éste, vieron que la cajuela se encontraba abierta, a toda prisa Pedro corrió a revisar y se encontró con que no había nada, estaba vacía,  soltó un grito de ira, golpeando la cajuela mientras volteaba a todos lados pero solamente vio a un hombre que más adelante iba cruzando la calle tranquilamente; Flor llegó, vio la cajuela vacía y se soltó a llorar.

Por suerte, en ese momento pasó una unidad de la policía a quien le hicieron señas para reportar el robo, el oficial les indicó que tenían que ir a la comandancia a hacer el reporte de robo; ellos quisieron entregarle las fotos de los tibores, pero él les dijo que las llevaran a la comandancia, que él estaría alerta por si los veía por su área…

-.-

Mirna y Luis iban de regreso a México felices por la magnífica ganga que habían obtenido y discutiendo amistosamente en qué lugar de su nueva casa quedarían mejor los tibores.

A la salida de Puebla en el retén de la caseta de cobro, les tocó revisión de su carro por lo que los llevaron al área en el puesto, y dos oficiales comenzaron a revisar sin problema su vehículo; justo en ese momento llegó el comandante del destacamento a entregarles a los oficiales la copia de la foto con la descripción de los tibores, que ellos acababan de ver en la parte trasera de la camioneta, por lo que Mirna y Luis fueron arrestados de inmediato y regresados a Puebla para las averiguaciones de rigor.

-.-

Juan llegó a la vecindad y su mujer salió corriendo a recibirlo, iba bañada en lágrimas, casi no podía hablar de tanto que había  llorado.

-Juanito se puso más grave, está muy mal…

Sin contestarle, Juan fue corriendo al teléfono público para llamar al doctor.

-Doctor, soy Juan, mi’jo se nos puso peor, mande una ambulancia, ya tengo el dinero para la operación.

Estuvieron 3 horas esperando, al fin salió el doctor con cara de preocupación, ellos habían estado en la angustia todo ese tiempo y ahora…

-.-

Flor se encontraba en el sillón de su casa pensando: “y al traste con mis clases de pintura…”

Interrumpiendo sus tristes pensamientos sonó el teléfono.

-¿Diga?

-Señora, estoy interesado en los tibores que están anunciando.

Flor, conteniendo las lagrimas y ahogando el llanto, contestó.

– Lo lamento, ya no los tenemos… y colgó el teléfono…

Por la tarde volvió a sonar el teléfono, esta vez fue Pedro quien contestó, era de la comandancia, informándole que se encontraron los tibores y que tenían que pasar a identificar los bienes robados. Pedro, sin poder ocultar su felicidad, le gritó a Flor que se encontraba en su cuarto

-Amor, arréglate rápido, vamos a la comandancia… ya los recuperaron…

Llegaron y ya frente al juez, reconocieron los tibores, y agradecieron el buen trabajo de la policía, pero el juez les dijo que tenían que demostrar la legitima propiedad de los objetos robados para poder regresárselos, y que las personas que los habían robado ya estaban en detención.

Flor casi atragantándose le explica al juez –esos tibores los heredé de mi recién fallecida abuela, los llevábamos para preguntar precios en alguna tienda de Santa Clara y venderlos bien, pero fuimos a comer y al regresar ya no estaban en la cajuela del coche.

Responde el juez, tajante:

-Mire señora, lo entiendo pero tiene que traerme un documento donde conste que los tibores son suyos, en caso contrario, estos quedaran en el depósito y los ladrones en la cárcel.

Pedro y Flor, se regresaron a su casa y llamaron a sus parientes en la Capital, para pedirles que les enviaran el papel donde constaba que los tibores los había heredado Flor.

-.-

Mirna y Luis fueron procesados por traer mercancía robada, por lo que pasaron un tiempo en la cárcel, sin importar el dinero que ofrecieron para no ser encarcelados.

-.-

Flor, presentó el testamento de la abuela que hizo sin notario, pero al no estar registrado, no pudo comprobar la propiedad de los jarrones, por lo que no los recuperó.

Al día siguiente, estaba en la sala, triste, viendo a la pared de enfrente. Sonó el teléfono,

-¿Diga?

Una señora pregunta – ¿Cuanto quiere por los tibores que anuncia? me interesan, no me importa el precio que pongan a esas antigüedades.

Flor soportando un nudo en la garganta, no contestó, sólo colgó el teléfono, y dijo para si:

-Al cabo que ni quería pintar- se sentó en su sillón y desde su ventana contempló la lluvia típica de la ciudad de puebla…

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.

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El doctor se acerca a Juan y Carmen; tiene la vista baja, pero al llegar junto a ellos levanta la cara, sonríe y les dice.

-¡Lo logramos, Juanito se ha salvado!

***

© Silvia Eugenia Ruiz Bachiller/ serunserdeluz

https://serunserdeluz.wordpress.com

Puebla de Los Ángeles, Julio de 1995.

Con la colaboración de Daniel Álvarez/ Danshaggyalv  Agosto de 2016

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Imágenes tomadas de internet.

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Silvia Eugenia Ruiz Bachiller, Autora de “TÚ Y YO SIEMPRE”, novela romántica. La historia de amor de Almas gemelas, su karma, reencarnación y regresiones a vidas pasadas.

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27 comentarios en “DECISIONES”

    1. Mil gracias Kantauriitsasoa, me da mucho gusto que pienses que este cuento fue una buena forma de celebrar el aniversario.
      La manera de escribir sí es la mía, con algunas ideas para el final aportadas por Danshaggyalv, con quien hago sinergia y en ocasiones, como en ésta, le pone la cereza al pastel, el resultado es de ambos.
      Abrazo de luz.

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    2. Muchas gracias mi querida Julia, me encanta que te haya parecido estupendo este cuento, yo también espero estar por acá muchos años más, que el Universo me lo permita y me conceda lo que tanto deseo.
      Me satisface mucho saber que tengo una manera «mía» de escribir, a eso he aspirado siempre, ahora hago sinergia con Danshaggyalv en algunos escritos, y me da gusto enterarme que mi manera de escribir siga siendo distinguible, aunque enriquecida con sus aportes.
      Me encantó tu comentario.
      Abrazos de luz.

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  1. Felicidades por los 5 años! Me encanta tu Blog. Tendría que haber más luz en nuestras vidas, pero nos acechan muchas sombras. Por eso quizá un espacio como el tuyo sea más que necesario. Para que trasmitas tu fuerza y sensibilidad.

    Me he tomado la confianza de nominarte al Blogger Recognition Awards, espero que como a mi te aporte un pequeño reconocimiento a la labor de compartir que haces https://flechasdeamazona.wordpress.com/2016/09/01/blogger-recognition-award/

    Un abrazo! Nos leemos ☺

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    1. Hola flechasdeamazona, muchas gracias por todo, por tu felicitación, porque te gusta mi blog y lo comentas, por lo que piensas de él y sobre todo por este reconocimiento que me das, te agradezco mucho el premio, ahora paso por él y muy pronto cumpliré con el protocolo y lo publicaré.
      Nos seguimos leyendo.
      Abrazos de luz

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    1. Hola Rosita, yo también espero que nuestra amistad dure muchos años.
      Gracias por tu opinión sobre mi relato, me gusta que te guste.
      En este cuento en efecto quise poner una imagen de México, de Puebla, una ciudad en la que viví muchos años y, como adivinaste, un tanto autobiográfico, pues a mí me paso lo que a Flor, me robaron los tibores, lo de alrededor por supuesto es ficción, pero basada en ese robo, en ese lugar, y que me dolió tanto que me puse a pensar «¿qué hubiera pasado si…»? y salió el cuento, como tantos otros.
      Abrazo de luz Rosita

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    1. Hola Poli, muchas gracias, sí, si alguien tenía que ganar, era quien más lo necesitaba, Juan; Flor se quedó igual que como estaba antes y los verdaderos ladrones fueron a la cárcel, para eso sirvieron los tibores de la abuela 🙂
      Gracias por tu bonito comentario.
      Abrazos de luz infinita

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