EXPEDICIÓN A LA ZONA MAYA

© Condiciones al final.

Este es un fragmento de una novela aún inconclusa, que algún día terminaré y publicaré, pero les ofrezco un adelanto. Puede considerarse como cuento.

Mayas, primer trabajo de campo de Eugenia

Caminaban dificultosamente siguiendo el curso del  río Monos, los machetes volaban a derecha e izquierda abriendo una estrecha brecha en el corazón de la selva.  De vez en cuando, Mario Alonso Ruiz, el arqueólogo jefe de la expedición, dirigía la mirada hacia la cúpula  de altos árboles, cuyo tupido follaje apenas dejaba filtrar la luz, que a esa hora de la mañana se escurría entre el follaje como jade y oro líquidos.  Parvadas de loros multicolores y algunos vistosos tucanes volaban reclamando a gritos esa invasión de su hogar.

El guía se detuvo, había escuchado el crujir de una rama unos pasos adelante de él.; los demás lo imitaron y, levantando la vista,  escudriñaron la frondosa espesura de la selva  quedándose petrificados de miedo: un poderoso felino de hermosa piel manchada  los acechaba desde la frondosidad a unos dos metros sobre sus cabezas.

Ocelote Joel Sartore  NATIONAL GEOGRAPHIC BOOK RARE
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Mario recordó que su padre y sus compañeros de cacería consideraban la piel de un jaguar como uno de los más preciados tesoros y al contemplar el diseño de sus manchas, supo por qué; verdaderamente era un bellísimo ejemplar, pero tenerlo tan cerca y sin rejas de por medio era también sumamente peligroso. 

Observó los ambarinos ojos fijos en él y una carga de adrenalina corrió por sus venas; su primer impulso fue hincarse, apuntar al bello ejemplar con su rifle de alto poder y disparar, pero su mente lo detuvo; no venían a depredar especies en peligro.

-¡No disparen! -ordenó en un susurro- y no se muevan.

El  taimado y hermoso animal los observó sin mover un músculo. Al otear las armas arrugó la nariz y por unos segundos mostró sus afilados dientes, pero al no percibir señales de peligro, se lamió los bigotes y calmada y cadenciosamente se dio la vuelta en la rama y desapareció entre las hojas de su observatorio.

Tras respirar profundamente para alejar el miedo, los once hombres y Eugenia continuaron avanzando dificultosamente a través de árboles, arbustos, lianas y maleza de la selva tropical.  A veces, a lo lejos escuchaban los estentóreos chillidos de los monos aulladores, pero no pudieron ver ninguno, ya que éstos rara vez se dejan ver por los humanos que hoyan su selva, escondiéndose en lo más umbroso de los árboles más altos; a los que sí pudieron ver, fueron a los simpáticos monos araña, e incluso hasta compartieron un poco de comida con los más arriesgados, que se acercaron a ellos cuando se detuvieron a comer.

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José, uno de los  dos guías mayas, le ofreció un pedazo de fruta al monito más audaz y éste se acercó poco a poco moviendo en lo alto su larga cola prensil; unos minutos después, se vieron rodeados de ágiles y traviesos changos que alargaban sus manitas pidiendo comida.  A todos les hizo gracia, menos a Carlos, el geólogo de la expedición, que amaba las piedras, pero odiaba a los animales.  Por su parte, Eugenia,  futura arqueóloga, y  Luis, como buen biólogo, estaban fascinados con los changuitos y él les dio a sus compañeros una disertación sobre los monos araña.  Mario casi no le prestaba atención, porque su mente estaba muy lejos en el tiempo y el espacio, recordando dónde había comenzado esta expedición a la zona maya.

***

Tenía 9 años y estaba de vacaciones, cuando Alfonso, un amigo de su padre había llegado de visita a su casa en la Ciudad de México y lo había invitado a acompañarlo en varios viajes cortos a sitios arqueológicos cercanos a la capital.  Mario nunca los consideró como viajes de trabajo, sino como aventuras emocionantes, porque Alfonso, como buen arqueólogo, no lo llevaba a las zonas turísticas, sino que se dirigía directamente a los encargados de las instalaciones, museos o excavaciones, en su caso, y tenía entrada franca a lugares que los demás no podían visitar.

Además, y para Mario esto fue lo más importante, le permitían buscar y recoger pedacitos de cerámica,  obsidianas, etc., siempre y cuando los entregara a los encargados; cosa que a él no le molestaba, porque la emoción estaba en rascar la tierra con una pequeña pala que Alfonso le había regalado, y encontrar pequeños objetos o pedacería, que guardaba en una bolsa de lona  después de limpiarlos con una brocha especial (también obsequios de Alfonso), para luego ir y vaciarla enfrente de los asombrados arqueólogos que casi siempre encontraban algo que le prometían iría al museo local o, en dos ocasiones, hasta al Museo Nacional de Antropología e Historia.  Mario se había electrificado de emoción al escuchar a dónde iban a ir a parar sus hallazgos y cuando poco más de dos años después, en una de sus asiduas visitas al Museo Nacional de Antropología e Historia, efectivamente vio sus dos piezas exhibidas en una vitrina, casi se desmaya de la emoción y al siguiente fin de semana organizó una visita con algunos de sus recientes compañeros de primero de secundaria.  Para entonces ya sabía que iba a ser arqueólogo como Alfonso, con quien mantenía correspondencia, sin importar dónde se encontrara éste excavando.

***

Terminaron de comer y reanudaron la marcha; la selva se iba espesando gradualmente y Mario se decía a sí mismo que su hipótesis era correcta.

El pensaba que en la zona más rica y fértil de la selva, junto al río, en la montaña, al sureste de Bonampak, más al sur y más al este de Lacantum, en una zona fértil, con agua dulce y muy rica en minerales, debería haber asentamientos mayas aún no descubiertos; quizá muy anteriores a los conocidos hasta ahora y, al menos hasta el momento, todo parecía indicar que estaba en lo cierto.  Recordó sus viajes a la zona maya, siendo aún estudiante de arqueología en la ENAH; primero, naturalmente fue a Chichen Itzá y  Uxmal, después a Palenque, Cobá, Tulum, kabáh, Labná, Dzibil Chaltún y, por supuesto, a Bonampak, después de lo cual las otras zonas arqueológicas dejaron de interesarle y se especializó en los sitios mayas; no se arrepentía, era lo más fascinante que conocía, aún comparándolos con Egipto, Perú, o cualquier otro lugar.

Seguían internándose en la jungla virgen y, de pronto, por un pequeño claro vieron pasar  indolentemente a un animal casi del tamaño de un poni, aunque un poco más bajo de estatura, con una trompa semejante a la del elefante, pero más pequeña.  José estiro ambos brazos a los lados, para impedirles el paso y Juan, el otro guía, les hizo señas de que no hablaran; habían encontrado un tapir, animal casi en extinción, que sólo se encuentra en lo más recóndito de la selva, adonde no ha llegado el hombre blanco.

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-Tzimin- susurró Juan.

Los diez integrantes de la expedición acataron las órdenes de los dos guías mayas y se vieron premiados cuando el tapir asomó un poco a la izquierda de donde se encontraban, mordisqueando indolentemente las hojas de los arbustos a su alrededor.

Mario recordó los dioses o altos dignatarios representados en algunos de los más bellos edificios de Chichén Itzá y Uxmal y confirmó la creencia de los arqueólogos de que los mayas se inspiraron en este extraño animal para representar a esos trompudos personajes… sin embargo, él podría aceptar otras teorías nada ortodoxas al respecto, que hablaban de elefantes, en una época (al menos la oficial) en que los elefantes se habían extinguido en América.

Sus pensamientos se interrumpieron cuando algo cayó sobre el hombro de Eugenia y de ahí brincó hacia un árbol, los demás rieron de la ocurrencia de un pequeño tejón -coatí- corregiría Luis y Eugenia tuvo que tragar saliva reponiéndose del susto antes de también soltar la carcajada.

Emilio y Humberto, dos de los cinco arqueólogos de la expedición alcanzaron a Mario, emparejando su paso el de él.

-¿Crees que los asentamientos que buscamos estén por esta zona?- Emilio volteó a derecha e izquierda, como tratando de descubrir algo entre la espesura.

-Encontramos un tapir ¿no?…

-¿Y eso qué?-se engalló Humberto.

Luis acercándose, salió al quite -los tapires viven cerca de donde hay agua y Mario piensa que los antiguos mayas también buscarían un lugar con buenos depósitos acuíferos.

-Para eso traje a un biólogo- explicó Mario con una sonrisa de oreja a oreja, recordando que tanto Humberto como Emilio y Eduardo, otro colega, se habían opuesto a que hubiera un biólogo, un geólogo, una estudiante de arqueología -«¿una mujer y aún estudiante?»- y un mineralogista en el equipo, alegando que no tenían nada que hacer en una expedición arqueológica y sólo habían aceptado a José Antonio con reticencia, por ser etnólogo; sólo Jaime, el otro arqueólogo, no había puesto objeción alguna a sus copartícipes de otras especialidades.

Mientras hablaban se habían detenido a descansar un poco, pero tuvieron que avivar el paso para alcanzar al resto del grupo, que seguía a los guías y sus machetes abre-camino.  Mario aprovechó para ponerse al paso de Arturo, el mejor mineralogista que pudo encontrar dispuesto a correr esta aventura.

Casi jadeando por el paso rápido lo tomó por el brazo .

-¿Crees que por esta zona haya obsidiana, hematita o jade?

Hematita
Hematita

-Así, a ojo de pájaro, te diría que es bastante posible- se agachó tomó un puñado de tierra y lo estudió

-por la tierra, la vegetación, la zona y la altura, te podría decir que podría haber jade y también granito.

Mario lo observó un poco incrédulo haciendo sonreír a Arturo -También tengo la información de un estudio mineralógico y mapas de fotografías aéreas y de satélite, no sólo soy zahorí- y avanzó divertido por la expresión de su amigo.

Iba tan distraído que casi pisa la cola de un ocelote dormido, que, despertando rápidamente, volteó poniéndose en actitud de ataque; Arturo y los que venían atrás se detuvieron casi petrificados, porque aunque sólo parecía un gato grande, con una hermosa piel café grisácea y motas de color casi negro orladas de gris,  las franjas oscuras de su cabeza y cuello, hacían más visible lo erizado de su pelambre y sus fauces abiertas y su gruñido amenazante indicaban un peligro muy real.  Juan salió al quite, arrojándole al furioso animal un gran pedazo de carne seca.  El gato venteó el manjar, volteó indeciso hacia donde había caído y al no ver movimiento de parte de sus presuntos enemigos, se acercó a olfatearlo y por fin a comerlo con evidente placer.  Los expedicionarios avanzaron con sumo cuidado hasta considerarse convenientemente alejados del ocelote.

Poco después encontraron un arroyuelo y debido a que ya estaba oscureciendo, Mario decidió detenerse a pasar la noche, para iniciar la marcha al amanecer, cuando hace menos calor.  José y Juan, ayudados por Jaime, José Antonio y Luis, formaron un pequeño claro a machetazos; Emilio Arturo y Humberto recogieron ramas para la fogata, Carlos se dedicó a buscar muestras: piedritas, según Eduardo y Emilio (quizá en desquite de que a ellos los profanos también les achacaban que sólo estudiaban piedritas, pero al menos las que ellos estudiaban eran piedras trabajadas, labradas, construidas, colocadas en monumentos, no simples guijarros como el geólogo, que no les agradaba).  Aunque habían acordado que no habría roles sexuales, Eugenia se dedicó a recoger agua del arroyuelo, hacer café, preparar sopa de lata y freír huevos.  Eduardo y Mario lavaron los trastes, para compensar.

Después de la cena se reunieron alrededor del fuego a descansar y conversar.

Luis había estado tomando notas de los animales que habían encontrado.

-¿Qué les parece el  gatito que casi pisa Arturo?, ¿no les pareció hermoso?

-¿Cómo dices que se llama?- Eugenia se había quitado las botas y sobaba suavemente sus adoloridos pies sentada en un tronco caído.

-Ocelote…- iba a continuar, pero José Antonio lo interrumpió.

-Del nahuatl, océlotl,  ¿no es así?, en inglés se llama ocelot y por aquí también le llaman tigrillo.

-¿Te gustaría un abrigo de piel de ocelote?, es bellísima y en Europa las mujeres más elegantes pagan lo que sea por un abrigo de esa piel -terció Carlos, mientras seguía estudiando algunas de las piedras que había recogido

Eugenia lo volteó a verlo enojada -¿te parezco elegante? además, no soy partidaria de matar animales para lucir abrigos caros y no es políticamente correcto- bajó el pie que había estado masajeando y dio un grito.  A medio metro de ella, por un hueco del árbol en que estaba sentada asomaba la cabeza de una serpiente. 

Al ver la la serpiente tan cerca de Eugenia,  que ya sacaba su cuchillo de su bota, José le dijo que no se moviera y llegó cautelosamente junto a ella y de un machetazo cortó la cabeza de la víbora.

boa-constrictor
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Eugenia casi no podía hablar; cuando recuperó su voz sólo dijo casi inaudiblemente-gracias-  y regresó el cuchillo a su bota, sin perder un movimiento de José que estaba sacando el cuerpo del enorme reptil de su madriguera. 

José jalaba y jalaba y la cola no acababa de aparecer; entre la cortada cabeza y la mitad del cuerpo tenía un enorme bulto, señal de que acababa de comerse a una gran presa.

Luis se acercó a observarla con admiración, acariciándola mientras informaba a los demás- es una boa constrictor-  al tocar la piel de diseño de diversos tonos de café, descubrió garrapatas y retiró la mano rápidamente

-Se dice que éstas son más agresivas que las de otras zonas; tal vez por las molestias que les causan estos ácaros-bromeó- tuvimos suerte de que acabara de comer, seguramente estaba disfrutando su siesta y aún estaba medio dormida cuando sacó la cabeza, porque si no…-miró a Eugenia significativamente.

-Ni lo digas-respondió ella poniéndose rápidamente las botas, cuchillo incluido.

Después de este último susto, decidieron irse a dormir para partir muy temprano al día siguiente.

Al principio a todos, menos a José Antonio, se les dificultó conciliar el sueño, porque ranas y cigarras les proporcionaron un estrepitoso concierto.  Afortunadamente todos llevaban mosquiteros, y de tábanos y mosquitos sí estuvieron a salvo.

Continuaron dos días más por las montañas, siempre en dirección sureste, Mario insistía en que las ciudades mayas más importantes deberían estar en el centro de la zona, más o menos equidistantes de Copán, Chichen Itzá, Uxmal y Palenque, porque aunque fueran ciudades estado autónomas, había comunicación y comercio entre ellas.

Al segundo día encontraron el sitio con un templo lleno de inscripciones en la escalera y las paredes, además de pinturas en las que se aprecian enemigos vencidos que han sido decapitados. Uno de los arqueólogos habla de las ofrendas de sangre a los dioses, pero nada más.

La excavación empezará mucho después…

CONTINUARÁ

***

NOTAS (DATOS ARQUEOLÓGICOS)

Mayas mapa
Mapa de la zona  maya
Mapa de la zona maya

El esplendor físico de la cultura maya se aprecia sobre todo en la arquitectura y decorado de sus ciudades. Estas ciudades-estado constituían la sede del poder de los reyes-sacerdotes que administraban la obediencia, el tributo y la fuerza de trabajo del pueblo que creía en ellos.

Se han identificado muchas ciudades y centros ceremoniales mayas, algunos de los cuales aparecen en nuestro mapa del país maya, que cubre desde los actuales estados de Campeche y Yucatán, en México, hasta lo que hoy es Honduras.

No todas las ciudades se desarrollaron al mismo tiempo. En los inicios de la cultura maya, las tierras altas edificaron las primeras construcciones. En el apogeo de la Época Clásica, entre los años 250 y 900 de nuestra era, las tierras bajas vieron florecer grandes ciudades, como Tikal, localizada en el corazón del Petén guatemalteco. Después de esto, el impulso creador se movió a las planicies y mesetas del sur de la península de Yucatán, en donde las ciudades Puuc tuvieron su momento de gloria.

Cada ciudad maya mantiene un estilo propio, aunque diferentes regiones y épocas presentan similitudes que se extienden a los centros ceremoniales dentro de ellas. Cuando visitamos las ruinas que aparecen de pronto entre la selva, no podemos menos que admirar las obras de ingeniería que garantizaban el abasto de agua y alimentos a los habitantes; los finos decorados de estuco; las estelas de piedra, mudos testigos del sistema calendárico más avanzado del mundo de entonces; la amplia red de carreteras que cruzaba todo el territorio, y que unía a las ciudades en el comercio y el intercambio.

Los nombres de las viejas ciudades fueron olvidados. Los que usamos hoy fueron inventados por exploradores y misioneros, viajeros y arqueólogos. Uno de los pocos nombres prehispánicos que ha llegado hasta nosotros es el de la ciudad de los brujos del agua, Chichén Itzá.

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© Silvia Eugenia Ruiz Bachiller, Autora de “TÚ Y YO SIEMPRE”, novela romántica. La historia de amor de Almas gemelas, su karma, reencarnación y regresiones a vidas pasadas.

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